Parte 4: Capitulo 3

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Jimin siempre pensó que la vida no era más que injusta, por lo que estaba en él nivelar la balanza un poco. Eso quizá, fue lo único que le ayudo a mantenerse cuerdo a lo largo de su vida, o de otra manera habría cometido suicidio hacía mucho tiempo atrás.

Él no se consideraba una persona afortunada, y a pesar de que en otras circunstancias no habría forma alguna de que tuviera algo similar a la autoestima o amor propio, de alguna manera el tener talento en algo le ayudo a mantenerse a flote. Los cumplidos que recibía de sus amigos online lo mantuvieron vivo en sus peores días y mientras más se adentraba en el ciber-mundo, mas crecía en él una idea emocionantemente aterradora.

¿Y si podía defenderse?

Jimin jamás fue una oveja nacido de dos leones. Él era un tigre entre hienas.

Se convenció de eso hasta que no le quedo dudas.

No era él quien estaba mal, era el mundo a su alrededor.

Y sí, tal vez eso lo alieno aún más de la gente a su alrededor. Y sí, tal vez se convenció un poco de mas, llenándose de aires de grandeza reprimida.

Pero sobrevivió.

Eso era lo que importaba.

Sobrevivió.

Era lo que él sabía hacer.

Sobrevivir a las humillaciones, sobrevivir a los abusos, sobrevivir al desprecio, a la violencia, sobrevivir a la presión, a la prisión incluso.

Jimin había sobrevivido a cada evento traumático que por sí solo podría destruir a otros más débiles.

Él lo había hecho.

Y lo haría de nuevo.

Lo haría...

Lo...

Eco.

El viento entre las grietas, las gotas deslizándose en el techo, el sonido del silencio y una respiración cansada que hacían eco entre las paredes. Quietud. El aire húmedo que se pegaba a la piel, el sudor frío que se deslizaba por el puente de su nariz y su camisa empapada que se pegaba en su espalda; la sangre seca en su ropa, sus párpados pesados, con la voz rota y su cabeza cayendo sin fuerzas.

Cada músculo se tensó al sentir una presencia cercana; sigilosa como un mal presagio. Quiso moverse y luchar pero lo único que logró fue un débil quejido arrastrarse por entre sus labios rotos y dolor recorriendo sus nervios como hormigas en fuego.

-Shh. – unos dedos acariciaron su mejilla mientras se posaba a su espalda. –Tranquilo. – dijo aquella voz profunda. Había calma y comprensión en su tono pero, solo logro obtener un lloriqueo sin fuerza como respuesta. –Ya casi acaba. – susurro contra su oído para luego separarse y perderse de nuevo entre las sombras tras las lámparas industriales que le iluminaban con luz incandescente.

La luz intensa le hacía tener calor a la vez que el frío se le colaba por los huesos. Desde que había despertado ahí esas luces le deslumbraron sin descanso haciendo imposible ver que había a su alrededor o quien estaba con él, cuando estaba ahí. Había perdido el sentido del tiempo, no sabía cuántas horas o días habían pasado. Solo sabía lo que él le dejaba saber. Una comida al día, tal vez de noche, tal vez de tarde. Por horas no lo vería y el silencio que ahogaba sus gritos sofocados por la mordaza. Luego llegaría para que el infierno volviera a comenzar.

Y lloraba de nuevo. A ese punto creía haber perdido ya toda lágrima, incapaz de derramar una sola por lo que le quedaba de vida, que quizá no sería mucho. Sin embargo era solo una ilusión, el tormento comenzaba de nuevo y las lágrimas volvían a salir como si fueran infinitas. Tal vez lo eran.

The CopycatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora