Parte 2: Capitulo 2

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24 de Enero, Gangbuk–gu.

3:25 a.m.

El sonido de la puerta cerrándose en medio de la madrugada fue el único ruido que perturbo el aire de aquel silencioso barrio. Los vecinos dormían tranquilos en sus camas, algunos quizá, se estarían despertando en ese momento para ir a trabajar mientras el caminaba por las calles empinadas del lugar; este había sido su hogar, le había visto nacer y crecer, había sido testigo de sus peores y mejores momentos y ahora, ahora en el silencio de la noche era testigo de su dolor mudo. Sus vecinos, la mayoría viejos analfabetos, jóvenes desempleados y familias pobres llenaban las casas y apartamentos en los edificios alrededor de su casa la cual al igual que las demás se encontraba casi en la cima de la colina. El barrio donde vivía probablemente no era el más seguro y ciertamente no era el más rico, pero la gente era buena, honesta y trabajadora, en su mayoría. Había un sentido de unidad entre los mayores, los niños crecían jugando juntos y había siempre un sentimiento de apoyo común, de compañerismo, pero por primera vez quizá desde que tenía memoria él se sentía verdaderamente solo, desamparado como nadie y sin saber a quién recurrir en busca de consuelo. Camino en silencio por su casa aun en penumbras cuando se detuvo frente a la puerta entre abierta del cuarto de su mama, sus ojos rojos y afligidos miraban fijamente el cuerpo recostado de la mujer notando ese calmado respirar profundo, sintiendo en el aire la tranquilidad de su alma, aquella que llego solo después de la partida de su padre y entonces sus ojos se cerraron ardiendo, con su puño temblando y aguantando el llanto en su garganta justo detrás del nudo que le callaba. ¿Cuánto dolor traería a la mujer que le dio la vida cuando le dijera lo que había pasado hoy? ¿Cuánto sufrir vería en sus ojos castaños cuando comenzaran a llorar? ¿Cómo podría él, resistir lastimar con la verdad a quien más amaba?

Cerrando la puerta en total reserva, se encamino esta vez hacia su habitación.

Al ser el menor de tres hermanos, Jungkook no tenía un cuarto para sí mismo pero desde que su hermano mayor se había ido de casa en busca de una mejor vida, más oportunidades y probablemente una vida de excesos y delincuencia, él finalmente se había hecho con un espacio propio el cual siempre mantenía limpio. Al cerrar la puerta se recargo en ella tratando de luchar contra los miles de sentimientos encontrados que azotaban su corazón y su mente, jamás se había visto tan abrumado, tan perdido, completamente a la deriva con el recuerdo del rostro de Minwoo pálido y sin vida mirándole con juicio y culpa, la sensación era insufrible; tallo su rostro para espantar el pánico que le intentaba corroer y fue entonces cuando noto en ellas la sensación seca, dura y terrosa que tenían. La sangre ya de un color borgoña intenso y en algunas partes ya hasta resquebrajada como la pintura seca de un viejo edificio, le manchaba toda la mano hundiéndose incluso hasta debajo de sus uñas como arraigándose y declarándole culpable.

El horror volvió a sus venas haciéndole sentir nauseabundo, sucio y podrido. Culpable, sí, culpable, era todo lo que la sangre en sus manos le gritaba.

Corrió al baño donde se quitó con rapidez su uniforme que estaba en algunas partes tieso por la sangre seca que le había manchado pero por el color negro se había camuflado. Se quitó su cinturón y la funda de la pistola dejándolos caer ambos, arma incluida, al suelo. Se sacó las botas altas de caucho y cuero negro, el pantalón, la camisa y tiro con furia la placa de su pecho. Cuando estuvo ya listo se metió bajo la regadera sin importarle que el agua aún no se temperara. El chorro inicial fue glaciar, congelándole los huesos y la carne de golpe, le hizo temblar en cuestión de segundos pero luego de uno o dos minutos máximo, el agua comenzó a salir tibia, como las caricias de su madre, consolándole a llorar y así lo hizo. Entre la calidez de las gotas que le bañaban, sus propias gotas saladas resbalaban por sus ojos a sus mejillas donde se mezclaban con la cristalina agua que le limpiaba la sangre de sus manos. En el suelo un rosado fresa se escurría hacia la alcantarilla con la sangre diluida mientras él se perdía mirando como poco a poco las manchas rojas se iban yendo de entre sus dedos dejando solo un rastro de ella bajo sus uñas. Su llanto era quieto, un gemido lastimero, con su ceño fruncido del dolor, y su pecho, moviéndose abruptamente a ratos cuando no podía acallar un quejido desgarrador el cual desataba su pena y furia.

The CopycatDonde viven las historias. Descúbrelo ahora