51. Epifanías y fiestas.

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La música está tan alta que por más gritara lo que quería decir, no escuchaba mi propia voz, o la de Finn.

Y eso que estábamos muy cerca.

Demasiado cerca.

Los besos robados, roces discretos y coqueteos han estado dentro de nuestro tiempo sentados en ese rincón del jardín, pero no me sentí cómo una exhibicionista ni nada parecido. En cambio es cómo en una fiesta, y sé que eso es exactamente en dónde estamos, pero hace mucho que no estaba en una así. Es cómo en la preparatoria, dónde todos se manoseaban por ahí, y a nadie le importaba realmente porque ellos querían lo mismo. Excepto por los que no lo hacían y luego hablaban de los que sí el lunes por la mañana.

Ahora mismo hemos venido adentro por mi chaqueta, ya que ha comenzado a hacer más frío del que esperaba, incluso las personas se han salido de la alberca por ello.

Menos esas tres que quieren contraer pulmonía, pero ese ya no es mi asunto.

Ya llevo tres cervezas encima, y eso me provoca estar un poco risueña, sin embargo sigo en control de todo lo que hago, y no me siento ni un poco borracha.

Tomo la chaqueta que he dejado encima de la cama y la tomo para salir al pasillo, dónde Finn se quedó esperándome. No entiendo su necesidad de venir, pero ha estado muy pegado a mí toda la noche.

Tampoco es queja.

-Creo que me estoy quedando sordo- dice Finn comenzando a caminar junto a mí por el pasillo.

-Se te pasará en un rato- río-, pero tal vez deberíamos alejarnos un poco del sonido.

-Y del frío.

Asiento justo cuando llegamos a las escaleras, dónde me deja pasar antes que él, y seguimos nuestro camino hasta llegar abajo.

-Podemos quedarnos un momento adentro- sugiero tomándolo por los brazos y comenzando a caminar hacia atrás-. ¿Quieres una bebida?- Le sonrío.

-¿Tus bebidas noventa por ciento alcohol, diez por ciento jugo?

-Cincuenta, cincuenta- continúo caminando hacia atrás.

Claro que pienso prepararlas bien, pero nunca está de más asustarlo un poco para crear conversación.

Entrecierra los ojos-Veinte, ochenta.

-Es un trato, cabeza de balón.

Me giro y camino a paso apresurado hasta la cocina. Puedo sentir que viene siguiéndome, sin embargo la música elimina el sonido de sus pies sobre el suelo.

Ya a esta hora de la noche han comenzado canciones algunas más tranquilas, de esas que usas para llorar o desahogarte de tu vida miserable por las noches.

Sólo que ahora en colectivo, porque así es menos miserable.

-Si el cantinero te ve, dirá que viniste a robarle el trabajo- comenta en el momento en que me acerco a la barra.

Aquí es dónde el cantinero que está afuera ha dejado las cosas que no caben ya en su mesa.

-A mi no me pagas por esto.

-Podría.

-Quinientos dólares una bebida, ¿te parece?

Se inclina y apoya sus codos en la barra para mirarme con atención-Esperaba que dijeras un abrazo.

Si, por supuesto que me diría eso.

De pronto escucho que la música se vuelve más clara, lo cuál me hace voltear y darme cuenta de que alguien ha abierto la puerta para entrar.

ROMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora