Günther no soportaba a la gente incompetente.
Estaba que trinaba y necesitaba respuestas.
Llevaba diez minutos esperando a Erika con un humor de perros, pero la rubia era muy hábil y, adivinando su estado de ánimo, se escaqueaba.
Resopló, apurando su copa de whisky.
La necesitaba para relajarse.
¿Acaso tenía que ocuparse siempre de todo?
Miró el reloj.
Doce minutos sin recibir respuesta.
Detestaba con todas sus fuerzas la impuntualidad.
Se llevó las manos a la sien, pues el intenso cabreo le estaba dando dolor de cabeza.
Depositó el vaso ya vacío sobre la mesa, de malos modos, y marcó el número de su hermano.
Si Erika no daba la cara, sería él quien tendría que darle explicaciones por cancelar el trato con los inversionistas. Y sin consultarle.
Estaba que estallaba.
¿Con qué derecho pasaban por encima de su autoridad?
Pero Elliot tampoco contestó.
Era de esperarse.
No tenía pelotas para enfrentarlo, pero ya lo encontraría.
Estaba a punto de llamar a su contable, Max, quien también era de sus mejores amigos. Pues si alguien sabía dónde estaba el capullo de su hermano, ese era él.
Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, la puerta de su despacho se abrió para dejar paso a una Erika bastante arreglada.
Suspiró.
Siempre que la cagaba, tenía la costumbre de pensar que podía hacer que la perdonara con sexo.
Eran amantes ocasionales desde hacía tiempo.
Tampoco nada demasiado comprometido.
Günther detestaba esa maldita palabra.
No existía en su vocabulario.
Hacía lo que le daba la gana. Podía permitírselo.
Se había dejado la piel para llegar hasta donde estaba. Nada le había venido regalado por ser el hijo del jefe, como muchos pensaban erróneamente criticándolo a sus espaldas.
Víboras.
— ¿Estás ocupado, guapo?
Erika empleaba su tono más sugerente para engatusarlo.
Empezaba a perder la paciencia.
— No me hagas preguntas obvias y cierra la puerta — exigió, soltándose la corbata sin miramientos.
— Deja que te ayude con eso — le pidió, coqueta, tras acatar sus órdenes para asegurarse de que tenían intimidad.
La dejó hacer. Necesitaba esa distracción.
Sus dedos gráciles desabotonaban su camisa con mimo, las largas uñas acariciando su piel con diligencia.
Si pensaba que con eso se iba a librar de dar explicaciones, es que no lo conocía en absoluto.
— ¿Por qué mierda os habéis echado para atrás con los putos inversionistas, Erika? Quiero una respuesta y la quiero ahora — demandó, controlando a duras penas su temperamento.
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SUYA POR CONTRATO ✔ COMPLETA ©️ {+18}
RomanceDejar atrás toda tu vida nunca es fácil, eso Candela lo sabe bien. A sus veintisiete años mudarse a Alemania por motivos de trabajo no debería suponerle un acontecimiento tan incierto y aterrador. Sobre todo porque es consciente de que mucha gente m...