Aquel beso – el primero sincero que habían compartido – le supo a gloria a Candela.
Más tarde, arrebujada en el calor de su cama, rememoraría con lujo de detalles la suavidad de sus labios contra los de ella al unirlos en un beso achocolatado y la manera en que sus lenguas se encontraron, junto con el tacto de los largos dedos de Günther en la zona sensible de su nuca, acariciando su pelo y respirando trémulo contra su nariz cuando se separaron, por culpa del teléfono de Candela, que escogió ese preciso instante para sonar.
Y fue justo ahí cuando las cosas se torcieron inexorablemente. Porque resultó que, de entre todas las personas que podían haber llamado en ese preciso instante, era Sergio; el capullo de su ex novio.
Debería haberlo bloqueado desde el momento en que cortaron y la trató como a la suela de su zapato, pero por alguna razón no había sido capaz. La herida estaba demasiado reciente y Candela no tuvo valor.
Ahora se arrepentía – y más se arrepintió en la soledad de su habitación – pero ya era tarde. No supo qué hacer y Günther debió de haber leído en su cara el conflicto interno que estaba viviendo.
El problema fue que lo malinterpretó.
No había forma de decirle que era su hermano porque en la cena con sus padres ya les había dado el nombre de cada uno de los miembros de su familia. Así que, ¿qué podía hacer?
¿Cómo explicaba que su ex la estaba llamando a altas horas de la noche?
Y si le decía que era un amigo no iba a colar, porque su expresión consternada la delataba.
Así que, como le ocurría siempre que estaba nerviosa, se bloqueó y empezó a farfullar cosas sin sentido. Hasta que Günther la sujetó por los hombros con suavidad y la calmó.
— Tranquila, contesta. No le hagas esperar —dijo. Sonaba normal, pero su tono se había vuelto más frío que el Polo Norte y todo lo despreocupado y divertido que se había mostrado hacía un rato se trocó en una mueca tensa.
— No, no es importante —. Fue todo lo que atinó a decir. Ojalá hubiera sido más específica.
— ¿De verdad? Pues no deja de insistir —comentó él, con las cejas imposiblemente enarcadas.
Entonces Candela colgó, con decisión. Luego se guardó el móvil en el bolso.
— Ya está. ¿Damos una vuelta? —propuso, con la esperanza de distender el ambiente.
— Mejor te llevo a casa, es tarde —terció, lacónico. Y a ella no le quedó más remedio que ceder.
Eso sí, maldijo a Sergio con todas sus fuerzas.
Había insistido dos veces más aquella noche, de hecho.
Al final, tuvo que escribirle un mensaje exigiéndole que la dejara en paz o de lo contrario iba a bloquearlo.
Después de eso no insistió, afortunadamente, así que dio por hecho que lo había entendido.
Sin embargo, no se sentía aliviada. Y es que no podía dejar de darle vueltas a todo lo que podría haber dicho o hecho para paliar aquella tensión que se había instalado entre Günther y ella.
La llevó a casa y se despidió con un frío "hasta luego" que la dejó planchada en el sitio.
Aun así, trató de no mortificarse demasiado. Se dijo a sí misma para consolarse que al día siguiente cuando la recogiera para ir al trabajo podrían hablarlo con calma.
No fue así.
Su sorpresa fue mayúscula cuando tocaron al timbre y, al abrir la puerta ataviada con su mejor conjunto, se encontró con un sonriente Elliot en el umbral.
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SUYA POR CONTRATO ✔ COMPLETA ©️ {+18}
RomanceDejar atrás toda tu vida nunca es fácil, eso Candela lo sabe bien. A sus veintisiete años mudarse a Alemania por motivos de trabajo no debería suponerle un acontecimiento tan incierto y aterrador. Sobre todo porque es consciente de que mucha gente m...