22.

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K A R A D A N V E R S

Jamás en mis años de vida viajé en un avión privado, temía romper algo del lujoso vehículo aéreo dónde Prince se paseaba con brusquedad y pereza. Desde que tomé asiento no me atrevía a mover un solo músculo, hasta mi respiración era suave.

— ¡Danvers! — chilló la londinense, me encogí en mi asiento cerrando fuerte los ojos — ¿Y tus lentes?

Oh, Rao.

— Por esa razón veía borroso — llevé una mano a mi rostro sintiendo la ausencia de mis anteojos — Maldición.

— Tranquila, Kara — ella rebuscó en un armario cerca de la barra de bebidas una pequeña cajita y me la tendió — Siempre tengo unos lentes de contacto por si pasan estos accidentes.

— ¿Siempre?

— Desde que te conozco ¡Es que eres muy torpe! — se excusó, el sonrojo se apoderó de todo mi rostro — Tengo ciertas precauciones.

— ¿Cómo cuáles? — indague. Con las pinzas especiales me coloqué las pequeñas lentillas, ardió unos instantes pero al parpadear varias veces me logré acostumbrar a la sensación — Me tratas como una niña, bruja.

— Kara — su semblante se volvió sarcástico — Eres una niña con 25 años.

Abrí mi boca indignada, la londinense echó una risita burlona y al ver mi enfado sobre actuado me tiró una caja de caramelos de menta mientras elevaba dos botellas de agua fría.

Nunca me negaría a ese juego.

Diana intentó intimidarme metiendo siete caramelos y bebió media botella de agua.

Yo comí once y bebí una botella entera.

— ¡Maldita Danvers! — bufó.

— Creo que deberíamos descansar — dije entre risas.

Diana cruzó sus brazos enfadada y con el entrecejo fruncido me guío hasta una pequeña habitación donde aparentemente debía descansar sola.

— Iré con el piloto, descansa — su cabello color chocolate se deslizaba por sus hombros cansados — Vendré a buscarte cuando aterricemos.

— Diana Prince — ella abrió grandes sus ojos, creía estar en problemas por llamarla con su nombre y apellido — Sé que es la única habitación para descansar y me la estás cediendo, deja de ser tan estúpidamente amable y ven conmigo.

— Pequeña rubia, no dormiré contigo — refutó.

— Lo harás, bruja patética — bloqueé la salida, la londinense intentó escapar pero su delicada risa se mezclaban con mis carcajadas a tal punto de armar un alboroto en el avión — No muerdo.

— Bien — accedió tomando el lugar junto a la ventanilla — Pero este lugar es mío, Danvers.

— Maldita londinense — mascullé. Me recosté sobre la cama y el calor corporal de Diana invadió mi piel fría, quizás era un problema no bajar de los 32° grados pero según el doctor estaba bien — ¡Dame la manta!

— ¡Kara! — se quejó tirando de ella, comenzamos a pelear pero Diana se cansó y me tumbó de la cama provocando un fuerte ruido, mi trasero sintió un dolor fuerte mientras la risa de la londinense llegaron a mis oídos — L-lo siento.

— Me las vas a pagar, bruja — sobe mi nalga derecha y regresé a la cama, esta vez Diana me cedió el lado de la ventanilla y me envolvió con la manta — Gracias.

Sus brazos envolvieron mi cintura con posesión y recostó su cabeza en mi espalda — De nada, rubia.

Me costó horrores dormir, eran tres malditas horas de viaje, ¿Por qué parecía un siglo? ¿Por qué Diana me abraza así? ¿Por qué rayos deseo que sea Lena?

Desorden de estrellas (CORRIGIENDO) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora