Eres bienvenida

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*Me sentía más triste que de costumbre, me sentía humillada, usada y vulnerable. Comencé a sentirme mal otra vez, papá ya había agendado la cita con el psiquiatra. 

Fui a la cocina por un poco de agua y encontré a mis padres hablando de forma extraña.

-¿Qué pasa? -.Pregunté, ambos compartieron miradas.

-Nada, hija, nada -.Sonrió mamá.

Ellos no sabían disimular, les presioné con la mirada.

-Nos dieron una oportunidad de trabajar en Roma, pero... no iremos, preferimos estar aquí.

¿Un viaje a roma? Probablemente, era la oportunidad que habían esperado toda su vida.

-¿Cómo que no van? Es una gran oportunidad.

Ellos aún seguían sonriendo.

-¡Nah! No es la gran cosa, además, lo más importante ahora eres tú.

Estoy bien, no lo suficiente, pero aún tengo fuerzas para seguir... Creo.

-Estoy bien, mamá, no me trates como si estuviera enferma, estoy bien -. Repetí con seguridad.

Tenía miedo de estar sola en casa, pero no iban a perder semejante oportunidad por mí, conmigo ellos ya habían perdido suficiente; ambos se miraron otra vez, hacían eso cada vez que tenían dudas, al ver que ninguno hablaba tomé yo la palabra.

-Estaré bien, hagan sus maletas, me harán sentir peor si se quedan.

Pasé a mi habitación, mi celular se quedó sin espacio, por lo que entré a mi galería a ver viejas fotos, encontré las fotos que tenía con Mario, era la única persona con la que podía hablar, extrañaba esos momentos, desearía con todo mi corazón regresar ahí, al momento de la foto, cuando todo estaba bien entre nosotros, cuando él era diferente a esto en lo que se convirtió.

-Te extraño -. Susurré a mi pantalla mientras veía como mis lágrimas caían en la pantalla ¿Por qué había tenido que cambiar?

¿Realmente lo extrañas o solo no quieres sentirte sola?

Preferí quedarme despierta, no quería dormir y regresar a esas pesadillas, ya no podía más. Pasaron unos días hasta que llego la cita con el psiquiatra, ahí estaba yo, sentada viendo las blancas paredes de aquel hospital, el fuerte olor a alcohol y desinfectante, además de otras personas en la sala de espera me desesperaban, el frío aire me recordaba lo que se sintió estar en una sala de emergencias.

-Ilia Zaés.

Llamó el psiquiatra; estaba sola en la consulta, mamá y papá estaban fuera del hospital, me avergonzaba que con dieciocho años todavía me asustara estar sola en un consultorio. Entré al consultorio.

-Bienvenida -. Sonrío el doctor ofreciéndome su mano, me preguntó todos mis datos hasta que me hizo la pregunta más común de todas -¿Cómo estás?

Nunca había sentido tan profunda esa pregunta.

-Bien -respondí de forma automática, no era lo que sentía, era una respuesta preestablecida.

-Este es nuestro espacio, nada de lo que digas aquí saldrá de aquí, ¿qué te trajo a la consulta hoy?

Yo ya no podía más.

-No, no estoy bien -comencé a llorar -tengo miedo, no duermo, mis pesadillas me atormentan, no sé cómo enfrentarme a la vida, no sé qué hacer, no sé cómo sentirme, además, sueño con la vida de otras personas, es como si un fantasma me atormentara cada noche, tengo tanto miedo de sufrir toda la vida, veo como otras personas sufren por mí -toqué mi pecho -. No-no puedo soportarlo, a veces siento que estoy loca, me siento enferma, cansada, sin vida, es como, como si fuera un alma vacía, sin otro propósito más que el de sufrir, no soy suficiente...

Él solo me observaba y escribía suavemente.

-Nunca soy suficiente, nunca logro sentirme llena completamente, no quiero sentirme muerta, quiero estar viva de cuerpo y alma, me odio a mí misma, por ser como soy, por no ser una persona normal, por no ser quien debería ser, como explicar esto -limpié mis lágrimas - me siento atrapada, no hay a donde huir, no hay a donde correr, N-no puedo seguir viendo sufrir a mis padres por mi culpa, pero juro que no soy yo.

Lo juro...

-Juro que no quiero sentirme así, juro que lo intento...

-Entiendo -me pasó unas toallitas -. ¿Te sientes mejor?

Asentí.

Era liberador contar todo sin miedo, sin ser juzgada, de alguna manera la indiferencia que creí era mala, había funcionado esta vez, el Dr. no me conocía por lo que me diría todo de manera objetiva, él me hizo muchas preguntas y no me abrumé, lo hacía con calma y me daba mi tiempo para contestar si así lo quería.

-Esto ha sido rápido, gracias por abrirte tanto, ya tengo tu diagnóstico.

Un momento, ¿esto tiene solución? Me dediqué a escuchar atentamente.

 Trastorno de ataques de pánico, también, dijo que muchos de mis síntomas son de otros trastornos, pero que para determinarlo necesitaría sesiones con la psicóloga que él recomendó, además de unos tranquilizantes en pastilla. El psiquiatra me dejó con una psicóloga quien me dio recomendaciones. Salí del consultorio con una sonrisa, sabían lo que era y tenía solución, me dejó claro que el proceso apenas comienza y tardará mucho tiempo antes de superarlo completamente, si es que algún día lo supero, creo que al final no es tan malo, son solo miedos.

Pasó una semana desde la consulta, me daba un poco de incomodidad tomarme esas pastillas, el doctor me explicó como funcionaban, pero aun no lograba tomármelas; él dijo que lo hiciera cuando estaba lista.

 Mis padres terminaron de hacer sus maletas, ese viaje era cortesía de la empresa que los contrató para restaurar unas obras de arte en Roma, era una oportunidad imperdible, ese contrato le daría muchos otros, además con lo que ganaban jamás podrían permitirse semejante viaje, tenían que ir sí o sí, ellos decidieron ir con la condición de que me quedara esas dos semanas que duraba el viaje en casa de los Smirnov. Alisa estaba super emocionada, a Volk no pareció importarle como de costumbre, últimamente a él le daba todo muy igual. Mis padres tenían que irse antes, ya que el aeropuerto estaba lejos de aquí, se quedarían en un hotel cercano; me despedí con miedo, tomé una respiración profunda como me dijo la psicóloga del consultorio y toqué el timbre de la hermosa mansión.

-Adelante -. Animó la mamá de Volk -eres bienvenida.

En medio de la tormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora