33: El lago

3.8K 513 176
                                    

—¿Un lago?

Era el segundo día de su semana de vacaciones.

—Sí. —respondió Kuroo mientras terminaba de preparar la canasta.

Se había levantado y mientras preparaba el desayuno, el pelinegro le había dicho que debía prepararse porque pasarían todo el día en El Lago. Un lugar importante para él o algo así, según lo que entendió Kenma; Kuroo le explicaría todo en el camino.

—Hace frío para meterse a un lago. —dijo sentado en la cocina, viendo al hombre.

—¡No importa! —sonrió, dándose vuelta—. No podemos meternos de todas formas.

Se sentía nervioso y no iba a negarlo.

Quería entender qué es lo que sentía por Kuroo y quería hacerlo en esa semana, donde estarían (por fin) solos. Donde solo podrían disfrutar el tiempo de cada uno, sin problemas amorosos ajenos ni rivalidades de otros amigos. Esta semana se supone que era de ellos.

Cuando salieron de la casa, Kuroo hizo que dieran un pequeño paseo por el pueblo, mostrándole las antiguas calles por las que él, de pequeño, solía caminar todos los días. Incluso le mostró la escuela que cursaba y el gimnasio donde jugaba y practicaba con su jefe.

Pero al teñido le costaba prestar atención teniéndolo de esa manera.

El pelinegro se veía tan lindo observando todo con emoción, contándole recuerdos de su infancia y saludando a la gente que parecía reconocerlo. Pensó que Kuroo necesitaba unas vacaciones así, sin futbol americano y con su familia cerca, parecía que realmente lo necesitaba.

Sonreía de vez en cuando, atento a todas y cada una de las reacciones de su amigo. Su rostro parecía brillar de la emoción. Incluso su hoyuelo no dejaba de marcarse, sus labios siempre estaban estirados de oreja a oreja y el costado de sus ojos era decorado por finas arrugas tiernas.

Hace días venía pensando en él de esa manera. Le resultaba tierno y lindo.

Pensó que eran efectos del amor. Porque, a diferencia de Kuroo, Kenma podía llegar a ser un poco más realista y entendía que, quizás, Kuroo le gustaba. Le atraía sentimentalmente y que tal vez era momento de seguir adelante con el amor, sin embargo los pensamientos se borraban al instante de ver el anillo que portaba en su dedo anular.

Brillante y de plata, recordándole lo malo y lo bueno del amor. A veces se cansaba de eso mismo; estar sometido a una relación pasada, algo que "había logrado superar". Quería seguir adelante, conocer gente nueva y amar a alguien más pero una absurda promesa cargada de culpa lo detenía.

Y por eso mismo quería decirle a Kuroo. Quería contarle su historia y lo que había detrás de ese anillo porque creía que el pelinegro lo entendía.

Le había costado entender que Kuroo le gustaba. Y realmente se sentía un adolescente por calificar sus sentimientos a una palabra tan pequeña como gustar. Pero debía conformarse.

Se preguntaba si Kuroo sentía lo mismo.

En el camino creó un plan. Algo fácil de decir pero no de hacer.

Sí, Kuroo le gustaba. Y sí, su vida seguía atada a una triste pasado trágico, sin embargo quería probar viejas sensaciones con el pelinegro que caminaba a su lado. Quería probar sus labios y tocarlo, algo que extrañaba hacer. Admitía que quería besarlo e incluso cuando viajaban, se había imaginado escenarios. Pero tenía miedo de que el pelinegro lo rechazase.

Así que, ese era su plan. Contarle su historia y ¿besarlo?

¿Y qué pasaba con Kuroo? ¿Cómo se sentía aquel pelinegro?

Idiota Persistente | KurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora