30: El viaje y la familia

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—Y solo debes hacer eso.

Cuando las clases terminaron, Kuroo le dijo a Kenma que el lunes se irían. Así que el teñido buscó alguien para cuidar a su gata, quien no paraba de estirarse en su cama con su barriga redonda.

Akaashi no podía porque era alérgico a los gatos. Bokuto tenía que trabajar (para suplantarlo en la heladería) y a parte no podía porque debía rendir por tonto. Su última opción era Hinata, quien aceptó a duras penas porque realmente no era fanático de las gatas embarazadas.

—¿Nada más?

Kenma le había dejado un pequeño instructivo de qué hacer si el parto de Potya se adelantaba o por si se quedaba sin comida. No había manera de que Hinata tuviera problema alguno en su ausencia.

—Solo eso.

—Bueno, supongo que podré. No se ve tan difícil cuidar a una gata embarazada.

—¡Claro que no! —Los dos menores se dieron vuelta cuando escucharon la voz de Kuroo subiendo por las escaleras que lo llevaban al piso de Kenma—. Ya terminé de empacar todo. —sonrió.

Kenma soltó un suspiro.

Se sentía nervioso. Demasiado nervioso.

De tan solo pensar que estaría una maldita semana solo con Kuroo le ponía los pelos de punta.

¿Cómo sería su familia? ¿Les agradaría?

—Ya váyanse. —dijo Hinata dándole a Kenma un empujón fuera de su casa.

El teñido lo miró no muy seguro.

—¡No te preocupes! Potya está en las mejores manos.

El viaje fue divertido. Kuroo hablaba de estupideces que entretenían a Kenma, la música sonaba baja aunque la subían para cantar a dúo las que les gustaba (aunque siempre la voz del pelinegro sonaba más fuerte que la de Kenma, quien estaba avergonzado) e incluso paraban para bajarse y sacarse fotos juntos.

La favorita de Kenma fue en la que, ante la luz del sol, él estaba con lentes de sol del pelinegro y Kuroo lo abrazaba por el cuello, con su mentón apoyado sobre su cabeza y sonriendo a la cámara de oreja a oreja.

—¿Crees qué le agradaré a tu familia? —preguntó Kenma mientras veía por la ventana que ya era de noche. Kuroo manejaba mientras golpeaba sus dedos contra el volante al ritmo de la música.

—Claro que sí. —respondió con el ceño fruncido. —¿Por qué piensas eso?

—Bueno... soy muy callado y usualmente la gente cree que me cae mal porque no les hablo o no les miro.

—Mi familia no pensará eso, no te preocupes. He llevado mucha gente a mi casa.

He llevado mucha gente a mi casa.

Kenma clavó sus uñas sobre el asiento, pensando que sería uno más de esa gente.

¡No quería ser negativo! Realmente quería tener una semana con Kuroo en la que el pelinegro solo le diera atención a él (porque si bien lo hacía cuando estaban en la Universidad, debía admitir que había días que Kuroo se la pasaba molestando a Akaashi o tonteando con Bokuto). Ahora podría tener la atención del pelinegro solo para él y quería aprovecharlo, por más egoísta que sonara.

Soltó un suspiro y miró a Kuroo. Iba concentrado en el camino de al frente.

—¿Qué tal si duermes un rato, Kenma?

—¿Qué? —parpadeó atontado.

—Quedan unas... ¿cinco? Sí, probablemente cinco horas para llegar a mi casa. No has dormido nada desde que salimos y no quiero tener que cargarte para llevarte a la cama.

Idiota Persistente | KurokenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora