No pude retener un par de lágrimas que se deslizaron por mi caliente mejilla. Era imposible retener ese sentimiento y mucho menos olvidar aquel sueño como si nada hubiera pasado.
-Señor mío, sálvalo por la bondad de tu amor -mis dichos fueron un murmullo audible solo para mí, repitiendo aquella oración que dije en el sueño de ese entonces-... No temas, sino habla, y no calles. Lo que digo en la oscuridad, dilo a la luz del día.
Recordé exactamente las mismas palabras que Dios había dirigido a mi persona. No podía callar, ahora tenía un claro panorama ante mí: Dios quería obrar en el corazón de Ye Jun, era un hombre que desde niño fue herido por sus padres, no confía fácilmente en las personas y por eso se refugia en otra cosas como el licor y las mujeres pensando que de esa manera puede manejar el dolor que hay en su destruido corazón. Pero Dios ve más allá de las faltas que Ye Jun ha cometido en su vida y ante Él: porque mi Señor ve una vida que necesita ser llenada por Él, ser reconstruida por Él y ser transformada por Él.
Aquel niño que vestía un traje elegante ejemplificaba a ese hombre adulto rico, temeroso y lastimado; y el traje sucio y rasgado representaba claramente el pecado del hombre ya adulto.
No puedo callar y gracias doy a Dios porque las incontables veces que quise sacarlo de mi vida y alejarlo, el Señor lo único que hacía era acercarme más a él de formas que no puedo explicar pero que ahora entendía a la perfección. Era claro: Dios quiere salvar su alma y quiere darle todo el amor que nunca sus padres le dieron.
-¿Te gusta el picante? -su voz provocó que me sobresaltara y me sacara de los más profundos pensamientos.
-Amo el picante -mi voz se quebró por un segundo pero logré componerla al instante, secando mi rostro de pequeñas lágrimas que habían salido en contra de mi voluntad.
-¿Todo bien? -vi su rostro asomarse por el largo y ancho mesón que dividía la cocina y el pasillo de entrada de aquel enorme departamento.
-Sí, todo en orden. Me encantan tus fotos. Por más que digas detestar a tu hermano, es obvio que te importa -tomé un sorbo de mi té y estaba deliciosamente refrescante.
-De mi familia es el único que se preocupa por mí… a su manera. No lo voy a negar, también me importa aunque no lo soporte.
Pasaron unos minutos más, yo le ofrecí mi ayuda a Ye Jun pero se negó totalmente, ni siquiera me dejaba poner un pie en la cocina; el deleitable olor que salía de allí hasta la sala me tenía extasiada, definitivamente decía la verdad con eso de que había estudiado cocina.
Pasado un tiempo, me invitó a pasar al comedor así que al entrar y ver la mesa era un deleite para mis ojos, y luego lo sería para mi paladar, no había dudas de ello.
Ye Jun de forma muy cortés me extendió la silla para que me sentara lo cual hice, luego él hizo lo propio a la cabecera de la mesa. Todo se veía exquisito y los platos decorados muy gourmet, me sentía en el mejor restaurante de Seúl, nada que envidiarle a donde me llevó Hyun Kwan.
-Preparé un Risotto de camarones, mi especialidad vale acortar -si tan solo pudiera babear créanme que lo haría sin dudas- y para acompañar, kimchi. Fusión comida italiana-coreana en realidad pero vas a quedar con ganas de más, te lo aseguro.
-No lo dudo.
Agradecí a Dios por el alimento y quien lo preparó para seguidamente probar aquel plato que se veía y olía espectacular. Y debo darle mérito porque en verdad estaba delicioso, al principio dudé de sus palabras pero reconocí que fue honesto.
-¿Sabes por qué quise tener este tipo de cena contigo?
Me atraganté un poco con la comida que justo en ese momento estaba digiriendo. Por un momento me había olvidado de las rosas, las velas y el significado que podía tener el hecho que estuviésemos los dos solos en aquel inmenso departamento. Tomé un sorbo de la limonada que me había servido para pasar la poca comida que había quedado por ahí.
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El Diario de Alicia Melgar
RomanceAlicia es una chica cristiana en la flor de la vida: recién casada, recién graduada, recién mudada de casa para formar un nuevo hogar con quien ella sabe es el amor de su vida, pues Dios mismo le concede ese anhelo. Su hombre para ella era el ser má...