Lo hice por ti

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Patroquiles

Desde el momento en que vio sus ojos sabía que sería su perdición y aun así Patroclo se aferro a él con todo lo que pudo, con su alma, con su cuerpo, con su corazón, cada día lo vivió por él por que esos ojos verdes con pequeñas motas doradas siguieran brillando como la primera vez que le miraron, porque esa sonrisa traviesa y bañada en ternura nunca se le escapara.

El ya había perdido a su madre que a pesar de ser como era le quiso, el quiere creer que ella lo quiso con toda su alma hasta que sus ojos dejaron de brillar, perdió su hogar en el reino simplemente por no decir una mentira por no saber como defenderse por no contar con nadie. No iba a perderle a él.

Aun recordaba la primera vez que lo vio, aquel pequeño príncipe de cabellos tan dorados como el sol, como la miel derritiéndose al calor sobre su cabello, la redondez de su rostro infantil, la velocidad de sus pies y el glorioso momento en que lo oyó reír, cuanta envidia le tuvo en ese instante, cuanto deseo ser él.

Ahora sólo desea no alejarse de él y que nadie se lo impida, Patroclo haría lo que este a su alcance y más para no perderlo. Lo seguía a la playa para correr, para crecer con él y poder ser tan fuerte para poder protegerlo aunque el no lo necesitará, entreno en armas de combate a pesar de no querer nunca tener que levantar una lanza contra alguien y lo hacía para poder estar con él.

Lo siguió a las montañas cuando entreno con Quiron, aprendió a como tratar sus heridas para no dejar que a él le pasara algo. Estuvo con él cuando habló con su madre, fue detrás suyo cuando se lo llevaron a la isla de Deidamia, no le intereso si tenía que pelearse contra el reino entero sólo por verle una vez más ahí estuvo para él.

Verlo bailar lo deslumbró e hizo que lo adorara un poco más que antes, ver como se tomaba las cosas con calma a pesar de que debía estar aterrado si lo encontraban lo llevarían a la guerra sin embargo el seguía bailando como si el mundo no existiera.

Patroclo se involucro en una guerra a la que no tenía que ir pues nadie sabía que el era uno de los convocados a esta, a pesar de que no quería enfrentamientos decidió ir porque si no ¿Quién cuidaría de su arriesgado amigo? ¿Quién lo recibiría cuando regresara cansado de combatir? Nadie lo haría con la devoción que el lo haría.

Enfrento a los troyanos hombro con hombro junto a él en más de uno de los combates, hasta que su conciencia no pudo más con las muertes de tantos grabadas en su mente. Aquiles fue tan bueno con él que le permitió quedarse y no combatir, acariciaba su mejilla cada vez que volvía de un combate mientras el diligentemente limpiaba su cuerpo de la sangre de sus enemigos, también aseaba su armadura de combate.

Cuando Briseida llego con ellos tuvo celos, no lo podía negar porque ella era una mujer, una que estaba obligada a servirles aunque a Aquiles no parecía agradarle. Patroclo puso su mejor cara en todo momento mientras le enseñaba a ella su lenguaje y ella hacia lo mismo a él, los dos encontraron un punto medio para llevarse bien.

Patroclo se entretuvo en la zona de enfermería atendiendo a los heridos y aplicando todos los conocimientos que aprendió con Quiron en lo que Aquiles volvía a sus brazos sano y salvo, al menos está paz interior sobrevivió en él por largos años.

Hasta que supieron la gran profecía que pesaba sobre la cabeza de Aquiles.

—Si no matas a Hector, entonces nada pasará —Le recordaba siempre que le colocaba la armadura.

—¿Por qué habría de matarlo? No me ha hecho nada Patroclo —Le dio una sonrisa traviesa como de costumbre y eso tranquilizaba su corazón.

Mientras Hector viviera, Aquiles lo haría y entonces Patroclo estaría en calma. Y pensó que sería así por mucho tiempo hasta que sucedió.

—Me rehusó a pelear —Declaró Aquiles delante de todos después del desplante que le habían hecho —Ni un Mirmidon volverá a pelear hasta que se me pida una disculpa —

Y la sentencia había sido dictada, no iba a haber nadie que pudiera hacer que cambie de opinión, no importaba lo que hicieran, a quien secuestraran o a que dios le rezaran.

—Están muriendo, no ganaran sin ti

—Entonces que mueran, no iré y ningún mirmidon irá si no estoy con ellos —Miro a Patroclo con severidad.

—Entonces deja que vaya yo —Lo miro con tanta severidad como él.

—Patroclo, no.

—Iré con tu armadura, déjame hacerlo por ti.

—Pero ¿Y si te hieren? ¿Qué pasa si te hacen algo? —Lo tomo por los hombros y sus ojos verdes se llenaron de preocupación.

—Estaré atrás, no me enfrentare a nadie y volveré enseguida, pensaran que soy tu el auriga me ayudará déjame ir déjame hacerlo por ti. —Aquiles miro la determinación en su mirada y supo que por primera vez había sido completamente derrotado, Patroclo no dejaría de insistir hasta que le dejara ir.

—Esta bien, pero sólo lanzas y retrocedes, no bajes del carro tampoco vayas al frente —Recomendaba una y otra vez el rubio asegurando la armadura al cuerpo de Patroclo —Por favor vuelve pronto —

—Lo haré por ti —Sonrió una última vez antes de bajar su casco y subirse al carro junto con el auriga partiendo hacia la batalla.

Pero cuando estuvo en medio de la batalla, no pudo ganarle a su destino que al igual que el de Aquiles había sido marcado desde antes sin su conocimiento o él de alguien más, pues nunca imaginaron que el era el mejor de los Mirmidones y la única razón por la que Aquiles sería capaz de matar a aquella persona porque así como Patroclo lo hizo por él, el también lo haría.

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