Una vez al mes

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N/A: Algo cortito.

Las noches de luna nueva el cielo se queda vacío y desprovisto de la buena amiga Luna, todos pensamos que esta simplemente se oculta tras su gran manto de nubes y queda invisible ante los ojos humanos pero la verdad es que la diosa que está encargada de que la Luna. La que se encarga de hacer que ese hermoso astro ilumine el cielo nocturno, no trabaja ese día.

Ese es el único día al mes que ella se toma libre, sus cazadoras siguen en su cacería pero ella tiene una cita más importante que cualquier otra, una impostergable cita con las estrellas. Este encuentro se volvió aún más importante desde de lo que sucedió con el titán Atlas, el día en que perdió a su mejor amiga en siglos.

Caminaba una bella pelirroja por las calles de Grecia, esta vestida con su gran manto de color blanco pero bajo el cielo nocturno este parece iluminado, brilla con luz propia como si vistiera las estrellas y no un vestido antiguo, sus sandalias no parecen tocar el suelo. Son sandalias de cuero muy fino y doradas, brillan como si estuvieran hecho de oro, como si el animal del que las sacaron hubiera sido el más digno para hacerlas.

Lleva un cinto plateado en su cintura, un par de dagas que reducen como luceros perdidos del firmamento cuelgan de su cinto. Su paso es pausado, como si disfrutara de la noche, no teme sus peligros. Tal vez porque ella es la dueña de las noches.

Aún hay gente despierta, gente que la mira desde sus seguras casas y edificios, la gente murmura cuando la ve pasar. Pero a ella no le importa lo que digan, su caminar es digno y distinguido, ella es una reina entre los mortales, más que una reina es una diosa.

-Dicen que tendrá suerte aquel que la enamore -murmura un hombre a otro detrás de una pared del callejón mienrando a la diosa en su andar.

-Yo lo haré -salió como valiente el más joven y se apresuró a alcanzar a la bella dama, de la cual desconocían su poder. Se detuvo frente a ella y solo pudo quedarse estático ante su mirar.

No eran ojos normales, no era azules, verdes, negros, o tan siquiera cafés o amarillos. Ella tenía a la misma luna en sus ojos, la luna por partida doble es lo que estaba mirando ahora aquel joven, una luna fría y despiadada que ha sido detenida en su andar.

Ella no ha dicho palabra alguna, no se movió, ni se inmutó, los dos se han mirado fijamente por solo dos segundos, dos segundos en los que el muchacho a quedado cautivado.

-Eres, la mujer más bella que he visto -no pudo evitar murmurar antes de que ella se alejara más, el andar de la joven diosa se detuvo.

Hoy no aparentaba los doce años de siempre, hoy tenía el cuerpo de una mujer de veinte. Se giró lentamente haciendo que su pelo vuele ligeramente mientras su mano se dirigía a una de sus dagas en el cinto.

-Has de desaparecer, antes de que te convierta en algún animal, chico -mascullo ella haciendo que el joven se de cuenta del gran error que cometió, nunca podría ganarse el corazón de aquella dama.

Simplemente se alejó dando tras pies, el orgullo y la fiereza con la que ella le habló, fue suficiente para decirle que ella no aceptaría que alguien como él, ni siquiera le toque un cabello. Solo pudo verla alejándose con ese andar tan sublime que ella tenía, como si la brisa de la noche fuera de ella y la envolviera para que no toque el suelo.

Pero después de este incidente, ella sacó de sus ojos toda su frialdad. Cuando estuvo a las orillas del río Pleistos, miró al firmamento que estaba tan oscuro, sin estrellas y sin luna. En sus ojos solo se reflejó el dolor por lo perdido, toda su pena por lo que no pudo ser.

-He venido ya -susurro al cielo en forma de plegaria mientras parecía esperar.

Del cielo dos halos de luz plateada comenzaron a descender, uno se convirtió rápidamente en una chica de larga trenza color negro, llevaba un vestido tan blanco como el de la pelirroja, en el cinto una daga y a sus espaldas un carcaj de flechas, en su mano un arco. La joven le sonrió.

-Mi señora -hizo una reverencia, la pelirroja casi se hecha a llorar pero aguanto estoicamente e hizo una reverencia también.

El segundo Halo de luna se transformó en un joven muy alto de cabellos rubios y ojos verde mar, llevaba una toga de una sola manga, la cual era sostenida por un broche de luna plateado, en el cinto una espada, en la espalda un carcaj con flechas, en sus muñecas protecciones y en sus manos un arco. Le sonrió tan deslumbrante como si nunca la hubiese visto en su vida, como si ella fuera lo más maravilloso en el el mundo.

-Mi señora -hizo una reverencia que ella devolvió, aún resistiendo el llanto.

-Me alegro de poder verlos a los dos y sin peleas -no aguantó más y los abrazo.

-Yo también la extraño mi señora -susurraba la joven, solo hace unos meses que había ascendido a las estrellas pero verla solo una vez al mes le era doloroso.

-Zoë -murmuró ella respirando hondo y tratando de calmarse para luego fijar los ojos en él -Espero que estés tratando bien a mi amiga -

-De la mejor manera siempre, mi señora -el beso el dorso de su mano y ella sonrió complacida.

-¿Está segura que no puedo patear a la constelación de Hércules? -gruño la chica de cabello negro y la pelirroja río.

-Muy segura Zoë, me torcerías las estrellas y ya no sabría que constelación es -comento Artemisa y la otra hizo una mueca. El muchacho se permitió reír por esto.

-No os burleis de mi, o también pateare la tuya -replico con mucha seriedad Zoë -Que tu hermano me caiga bien no significa que tu también -

-Oh vamos, nos llevábamos bien antes de que ascendiera, no me puedes odiar solo por culpa de tontules, no soy él -recriminó el rubio acomodando su carcaj en su espalda. Artemisa solo negaba con la cabeza.

-Es verdad no eres él, eres peor -rodó los ojos con fastidio, algo que había aprendido muy bien con las cazadoras.-No entiendo como puedo compartir cielo con este -

-Porque los dos son muy importantes para mi -respondió Artemisa con mucha tranquilidad -Además me es más fácil así, pues puedo verlos en mi trabajo y tenerlos entre mis brazos una vez al mes -los abrazo de nuevo a ambos.

-Sabes que siempre esperaré tu visita -el depósito un suave beso en la frente de ella, a pesar de no parecer de doce, él seguía siendo demasiado alto para ella estando en talla humana.

-Yo también lo haré Artemisa -Zoë le so río dulcemente y ella se sintió tan querida en este momento.

Las noches solían ser largas para la diosa de la luna, era solitario poner a la luna en el cielo, asegurar que las estrellas brillen como es debido para que sus cazadoras no se pierdan en el camino. Pero lo que más las hacía largas, era que al final de ellas no le quedaban sus amigos, no le quedaban los seres que más amo.

Dos de ellos ahora habitaban el cielo, al menos un pedacito de su alma lo hacía y eso le permitía que cada luna nueva, ella pueda reunirse con ellos, pueda tenerlos entre sus brazos. Era su único consuelo.

Porque incluso la diosa más solitaria necesitaba de amor, porque los dioses morían al ser olvidados igual que los humanos y todo aquel ser que viviera en la tierra. Ella nunca olvidaría al cazador que la amo hasta dar la vida por ella, ni a su amiga que enfrento a su padre por salvarla. Siempre vivirían con ella en espíritu.

Aunque sea una vez al mes.

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