Capítulo XI

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Alexander

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-¿Cómo sigue?- Escuché a Dania preguntar detrás de mí.

Me di la media vuelta, dándole la espalda a la pequeña fogata que había prendido frente a mi tienda de campaña. Le lancé una mirada rápida antes de volver la atención a mi hermana.

-Mejor, creo. Aún no ha despertado- Solté el aire helado.

Sentía un gran peso sobre mis hombros, la presión aumentaba en mi pecho. Estaba asustado, asustado hasta la mierda por lo que pudiera pasarle a Metzli. Recordé la forma en la que me sentí al verla tirada en medio del bosque, a punto de ser destrozada por tres lobos.

Algo debía estar mal con ella, debía sentirse muy mal porque no había forma en la que tres lobos pudieran contra ella. La conocía, era fuerte, inteligente, una guerrera formidable. Era por eso que me había desconcertado verla de esa manera y estaba muerto de la preocupación, pero ese sentimiento fue reemplazado por una rabia como jamás había experimentado.

Nunca me había sentido tan bestial, perdiéndome casi por completo en mi lado animal. Por algún milagro, quizá la necesidad de asegurarme que ella estuviera bien, me contuve y solo ahuyenté a los lobos.

-Estará bien, ya lo verás. Ella es muy fuerte- Mi hermana me dio una sonrisa reconfortante antes de regresar con el resto de la manada.

Ella había sido de mucha ayuda cuando traje a Metzli inconsciente al campamento una vez que recuperó su forma humana. Había sido la primera en correr hacia mí y cubrir el cuerpo desnudo de Metzli, antes de que alguien pudiera verla.

También había alejado a los curiosos que preguntaban qué hacía un lobo extraño en el campamento. Le debía mucho a Dania.

Después de asegurarme que no había ningún lobo curioso, me metí en la tienda de campar, cerrando detrás de mí para impedir que entrara alguna corriente helada. Mi corazón saltó al ver a Metzli y su bello rostro, mientras dormía tranquila en el saco de dormir.

Dania había logrado vestirla con una de mis camisas. Le quedaba inmensa y me llenó de satisfacción el saber que su pequeño cuerpo olería a mí durante un tiempo.

Me senté junto a ella y me quité la chaqueta. La llevaba más por costumbre que por necesidad. El otoño apenas comenzaba y, para un lobo del norte como yo, la temperatura resultaba agradable. Quedé únicamente con mis joggers y tenis. Mi pecho desnudo estaba cubierto ligeramente por una capa de vello espeso.

Me volví hacia mi mochila para revisar mi celular, por si mi padre me había mandado un mensaje, pero mi acción se vio interrumpida por un movimiento a mi lado. Me encontré con los ojos de Metzli abriéndose lentamente.

Antes de que pudiera hablar y explicarle la situación, se incorporó asustada, sus ojos como platos y su respiración acelerada. Miró a su alrededor antes de encontrar su mirada con la mía, un destello fugaz de alivio se vio reemplazado por un brillo de enojo en sus ojos.

Escaneó mi cuerpo, hasta encontrarse con mi torso desnudo. Miró entonces su cuerpo, como si apenas reparara en lo que llevaba puesto. Se tentó el cuerpo con las manos y después de comprobar que no se encontraba herida, me lanzó una mirada furibunda.

Comenzó a gritar, a decir palabras que no entendía y me apuntó con un dedo acusador.

-Metzli- Dije, levantando mis manos para que me permitiera explicarle. Ella siguió gritando -Metzli, tranquila-

-Explícate- Dijo, ahora para que pudiera entenderla. Se cruzó de brazos y tuve que evitar mirar la manera en la que sus pechos se habían movido por su acción.

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