Capítulo XXX

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Metzli

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El resto de la mañana sucedió demasiado rápido. Aunque hubiera preferido pasar todo el día en cama con Alexander, había obligaciones que debíamos atender.

Primero fueron los funerales. No pude evitar llorar cuando vi el pequeño ataúd de James descender por el hoyo en la tierra.

Su madre tenía la mirada perdida, enfocada en ningún lugar en específico. Era como si no estuviera ahí, como si su corazón estuviera siendo enterrado junto a su hijo. Alexander puso una mano detrás de mi cabeza y me acercó a su pecho, dejándome mojar su camisa con mis lágrimas.

Carlos, el lobo que también había muerto en batalla, había sido enterrado antes. Sus dos pequeñas hijas se aferraban a la falda de su madre, sus regordetas mejillas estaban húmedas y no pude hacer nada para evitar el dolor en mi corazón.

Intenté acercarme a ellas, darles alguna palabra de aliento y hacerles ver que su papá había sido muy valiente, pero por más que lo intenté, no pude articular ninguna palabra.

Alexander fue excelente en eso. Le aseguró a la madre de las niñas que nunca les faltaría nada, que él personalmente se aseguraría que estuvieran bien y que jamás olvidarían a su padre.

A los padres de James les dijo lo mucho que lamentaba su pérdida y que cuando él fuera alfa de la manada todos los años se conmemoraría la valentía de su hijo, de cómo defendió a su mate.

Durante todo ese tiempo, Alexander jamás soltó mi mano. Cuando me sentía particularmente triste, me daba un ligero apretón, para hacerme ver que él estaba ahí, que podía apoyarme en él.

Después de un pequeño receso para comer, tuvimos una reunión con su padre y el beta Víctor. A pesar de la mirada de desaprobación del alfa por tenerme en su oficina, no pudo hacer nada cuando Alexander se paró a mi lado, con la mirada de desafío en su rostro, como si estuviera esperando a que su padre se atreviera a decirle algo por mi presencia.

Cuando no hizo ningún comentario, comenzaron a decirnos lo que yo ya había deducido.

Se trataba de una emboscada, algo planificado. De alguna manera los rogues se habían organizado para atacar los puntos débiles de la manada, Era obvio que conocían el terreno, las dos entradas y que el arroyo era el lugar ideal para entrar.

En total, habían sido cuarenta lobos, menos de diez lograron escapar. Los restos de aquellos que no lo habían logrado fueron incinerados a las afueras del territorio, el único lobo que había sido capturado para interrogación era el que había atacado a Dania.

Mis manos se cerraron en puños a los costados al oír que la sanguijuela seguía con vida, pero sonreí por dentro cuando pensé en que no seguiría así por mucho tiempo.

Había estado en confinamiento desde el día anterior, sin agua ni comida. El alfa iría a interrogarlo en la noche, y quería que Alexander lo acompañara. No importaba qué necesitaba hacer, yo también estaría presente.

Cuando la reunión terminó, Alexander me llevó nuevamente a su habitación.

Una vez dentro, cerró la puerta detrás de nosotros y me empujó contra la puerta, sujetándome con ambas manos de las mejillas antes de besarme hambriento. Respondí el beso con la misma necesidad.

-Dios, no sabes cuánto necesitaba eso- Dijo apenas se separó de mí.

Abrí los ojos y cuando vi la intensidad con la que brillaban los suyos me sentí abrumada por todas las emociones que podía ver.

-¿Qué pasa, mate?- Acaricié su mejilla y su rostro se relajó.

Sus hombros se hundieron y cerró los ojos. Le di el tiempo que necesitaba para respirar y poner en orden sus pensamientos. En ningún momento lo forcé a que me contara lo que estaba sucediendo.

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