Capítulo XXVI

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Metzli

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Los siguientes días fueron una sucesión de presentaciones, comidas con diferentes familias y actuar como si Alexander no se hubiera encargado de convertir mi corazón en cenizas.

Había hecho la promesa antes de despedirme de mi manada que pondría todo mi empeño en esta unión. Tomé la decisión de aceptar mi destino y al mate que la diosa me había otorgado, pero nada me había preparado para el cúmulo de sensaciones que vendrían con estar sentimentalmente distante de tu mate.

Por otro lado, el tour que Alexander y Dania me habían dado por el terreno había resultado más agradable de lo que esperaba. Sí, los lobos tenían cierto aire melancólico, pero no había duda de la calidez de las sonrisas con las que me recibían.

Varios cachorros habían mostrado interés en mi collar de chalchihuite y me encontré pasando más tiempo con ellos que con los lobos adultos.

Una noche antes de nuestro regreso a la academia, nos sentamos alrededor de una fogata en las faldas del bosque, justo cuando los últimos rayos del sol calentaban mi piel.

James, el menor de los cachorros, se sentó en mi regazo, mientras yo contaba historias sobre mi manada. Les conté cómo se había fundado mi pueblo y de las batallas que había liderado mi abuelo, cómo salvó a mi manada de la extinción cuando se refugió en el desierto.

Al final, cuando la lumbre era lo único que iluminaba sus pequeños rostros emocionados, les canté una de las canciones de cuna que mi madre solía cantarme antes de dormir. Era un cántico que hablaba de guerreros dispuestos a entregar su corazón por su hermano, hablaba de la pérdida y unión.

No entendían ni una palabra de lo que decía, pero era emocionante verlos responder al sonido de mi voz, como si de alguna manera el sentimiento traspasara las fronteras del lenguaje.

-Será mejor que regresen a sus casas, sus madres deben estar preocupadas- Mi espalda se enderezó en cuanto escuché la voz de Alexander.

Me había dejado sola con los cachorros para hablar unas cosas con el doctor de la manada. Algunos de ellos protestaron y otros me miraron, esperando mi confirmación para obedecer a su futuro alfa.

Era gracioso ver cómo anteponían las órdenes de alguien a quien recién habían conocido, antes que al lobo que habían aprendido a obedecer desde que habían nacido.

-Vamos, no hagan preocupar a sus madres-

Los cachorros asintieron, no sin antes hacerme prometer que les contaría más historias en mi próxima visita. Solo James se quedó en mi regazo, volteó a verme con sus enormes ojos verdes.

-¿Y tu madre, alfa Metzli? Ella no se preocupará si no regresas a tu manada- Oculté el dolor que causó su pregunta.

La inocencia de la niñez era un regalo, así como una maldición. No sabía si envidiarle o tenerle lástima. A veces quería volver a ser una cachorra ingenua, pero después recordaba que tarde o temprano la ilusión se rompía y no sabía si el dolor valía la pena.

-Mi nantli estará bien. Ella sabe que ahora ustedes son mi manada y no dejarán que nada malo me pase, ¿Verdad?- Mi pregunta había sido juguetona, pero la seriedad con la que James me miró y la seguridad de su afirmación hizo que tuviera un nuevo respeto por el pequeñín.

Saltó de mis brazos y corrió detrás de los demás cachorros, en busca de su madre. Una loba alta y con largo cabello rubio lo esperaba cerca. James hundió su rostro en la falda de su madre, su pequeña cabeza apenas alcanzaba su cadera.

La loba me miró y asintió ligeramente la cabeza, una enorme sonrisa en su rostro. Respondí igualmente con una inclinación antes de desviar mi mirada a mi regazo.

Wolf AcademyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora