Epílogo

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Metzli.

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El cielo estaba despejado. El Sol podía verse y era un día cálido, uno de los últimos antes de que llegara el otoño y con él, las bajas temperaturas.

A pesar de que había pasado un año desde la primera vez que estuve en este bosque, aún me acostaba aclimatarme al cambio drástico de temperatura, sobre todo después de un verano caluroso.

Dejé que el Sol calentara mi piel mientras corría entre los árboles. Mi blusa deportiva se pegaba a mi espalda sudada y mi short se estiraba al ritmo que mis piernas se movían.

Seguí los sonidos de la naturaleza, dejando que los pájaros me guiaran en la dirección correcta, escuchando la brisa pasar entre la copa de los árboles. Me llenaba de paz este lugar, era por eso que amaba correr en las mañanas. Hubiera preferido hacerlo en mi forma de lobo, pero mi mate insistía en seguir las reglas de la academia, el muy mierdecilla, como si no hubiéramos ignorado esas mismas reglas en incontables ocasiones cuando nos escapábamos al bosque en medio de la noche.

Un olor hizo que me detuviera en seco. Creí que estaba sola, lo único que había podido oler durante la mañana era el fresco aroma a pino y a flores silvestres, pero ahora había algo más ahí afuera.

Agudicé mis oídos y tranquilicé mi respiración, inhalando profundo por la nariz y soltando el aire por la boca. Aún así, no pude distinguir ningún sonido.

-Sé que estás ahí, sal- Nada.

Di unos pasos más, esperando captar mejor su aroma.

Un crujido a mi espalda hizo que girara inmediatamente. Entrecerré los ojos y me quedé inmóvil. Poco a poco comencé a reconocer el aroma y una enorme sonrisa se formó en mis labios.

-Ya veo, ¿Quieres jugar?- De nuevo, nada.

Negué con la cabeza y caminé lentamente hacia donde había escuchado el crujido. Cuando avancé unos metros, se escuchó una rama quebrarse, esta vez a mi espalda. Me giré e inspeccioné los alrededores.

Estaba en un pequeño claro del bosque. Me rodeaban un grupo de árboles enormes. El lugar me resultaba vagamente familiar. Parecía ser...

- ¿Ya te has dado cuenta dónde estás?- Escuché por primera vez su voz.

Aún seguía oculto a la vista, pero estaba cerca. Como el excelente depredador que era, me estaba cazando.

-Me resulta vagamente familiar, como si ya hubiera estado aquí, pero no lo recuerdo de ninguno de nuestros paseos-

-Vamos, Metzli. Has memoria- Hice lo que me pidió.

Busqué entre mis recuerdos, intenté emparejar los arbustos con alguna imagen en mi cabeza, los olores con algo que ya hubiera experimentado antes. Estaba ahí, podía sentirlo, pero se escapaba entre mis dedos.

-Hieres mi corazón, mate- Alexander se dejó caer de la rama de un árbol a unos metros frente a mí.

Llevaba un short deportivo y el pecho descubierto. Sus músculos definidos estaban cubiertos en una ligera capa de sudor, su cabello se pegaba a su frente y sentí la necesidad de moverlo con mis dedos.

Al igual que yo, mi mate había salido a correr antes de que iniciara el primer día de clases.

-Fue aquí donde te vi por primera vez- Entonces todo tuvo sentido.

El lugar había cambiado, pero no lo suficiente como para no reconocerlo.

Recordé entonces la primera vez que vi a Alexander. Había salido a explorar el territorio sin avisarle a mi hermano. En mi recorrido me encontré con un aroma nuevo, diferente, y mis instintos me hicieron perseguirlo.

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