Infierno

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Un latido desenfrenado se hizo presente en el tan largo pasillo, exhibiendo aquel corazón que se encontraba desesperado y avergonzado...

No quería dar un paso más, estaba seguro de ello. Rogaba por no tener que posar sus manos encima de aquel picaporte, deseaba que se abriera un hueco en la tierra, un hueco que le consumiera y le llevará lejos de su mentira, lejos de su deshonra, de su deslealtad, de su vergüenza y de su pena.

Con cada movimiento la cabeza le dolía. Tan solo pensar en lo que pasaría le estaba matando... Creía que su martirio no había empezado, pero estaba equivocado. Su infierno empezó desde hace mucho, se hizo paso entre las llamas desde que se decidió por ser un cobarde.

No cabe duda de que era incapaz de cruzar esa puerta para hacer frente a sus errores.

Es un cobarde, por más que tratara de aparentar que no; sus acciones y cuerpo lo delataban; el sudor bajando por su frente, las manos temblorosas, la incapacidad para poder pensar o moverse no eran más que una prueba de ello.

Pero tenía que hacerlo, tenía que cruzar esa puerta, y enfrentar sus errores para acabar de una vez por todas con ese sufrimiento que les estaba consumiendo.

Con el corazón en la garganta, poso sus dedos por encima del pomo y con una delicadeza que no sabía que tenía giro aquel picaporte, dando un paso hacia dentro. Preso del nerviosismo cerró la puerta; y como si fuera una sala de ejecuciones se preparó mentalmente antes de abrir los ojos.

Observó su alrededor y para su sorpresa todo está completamente igual. Cada esquina, cada rayón, cada mancha, cada cojín; no existía cambio alguno en sus muebles, en sus ventanas, en sus cortinas o en sus fotos. No cabe duda, ese lugar era su mismo hogar que por tantos años le ha acogido, pero todo en él era tan diferente.

El aire, olor, ambiente, cariño y el amor... todo lo que no puede tocar, controlar o cambiar, todo ello era lo que se sentía tan distinto y ya no reconocía más.

Nostálgico y sin estar preparado la persona causante de todas sus culpas apareció sin avisar haciéndole frente.

Sus ojos se posaron en su figura y sin querer, se llenó de culpa al darse cuenta del estado de aquel tan leal hacía su persona.

Con detenimiento observo todo... Se fijó en sus remarcadas ojeras, en los brazos rojos y llenos de rasguños, en las uñas comidas por la ansiedad, los labios resecos por la falta de hidratación, y podría seguir con la lista de defectos que tenía pero algo que reconocía era que a diferencia de él... su querido acompañante estaba dispuesto a dar la cara.

Estaba ahí, de pie, enfrentándolo... sin avisar, sin tapaderas, sin aparentar, sin nada más que su afilada mirada que todavía profesaba ese eterno orgullo y dignidad que tanto le caracterizaba.

Quiso decirle algo, quiso hacer la estupidez de preguntarle como estaba, que es lo que hacía ahí, si quería decirle algo, pero es claro que sabe cada una de las respuestas a esas preguntas. Le conoce demasiado, como para saber que estaba a pocos minutos de su fin.

-¿Dónde estuviste?- Firme y directo. Su dulce compañero había dado el primer paso como siempre. Le había arrojado la primera navaja de tantas que le atravesarían la conciencia esa noche.

Desviando la mirada con disimulo y sin querer exhibirse contesto.

-¿No debería preguntarte lo mismo? Llevas días sin siquiera venir.-

- A diferencia de ti, yo no tengo la necesidad de tener que venir a dormir todas las noches aquí.- Respondió sin perder la característica elegancia que tanto apreciaba. - ¿O es que acaso ya olvidaste que este lugar es hogar? -

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