Capítulo 4.1

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"No puedo pagarte el mismo sueldo que Spider", le indicó en aquellos días, "pero si permaneces conmigo, con el tiempo tendrás más de lo que te ofrece ese cerdo".

"Comparto tu opinión", respondió Inuyasha y los acontecimientos posteriores confirmaron la confianza que tuvo en la habilidad del más joven.

- ¿Cuándo crees que tendremos noticias sobre nuestra propuesta? -inquirió ahora Inuyasha.

- No tengo la menor idea. Tendremos que ser pacientes. Trato de conseguir una entrevista con el Primer Ministro, pero Bonlam la obstaculiza.

- ¿No puede Shima ayudarte?

- No se atreverá a desafiar a su padre de forma abierta.

El auto se detuvo frente a su hotel y los dos hombres bajaron de él.

Miroku sintió alivio al entrar en su recibidor, quitándose la corbata y arrojando la chaqueta sobre una silla. La temperatura era agradable después del calor sofocante de la calle.

Después de servirse un whisky, se dejó caer en un sillón frente a la ventana. Se sentía agotado. El ir a Londres cada quince días no lo hacía descansar nada y, a menos que tuviese cuidado de sí mismo, podría entrar en una etapa depresiva, lo cual no lo ayudaría para enfrentarse a ministros caprichosos. Un claro ejemplo de ello era la forma en que perdió el control el día anterior en el jardín. No tenía excusa para haber sido tan rudo con la chica. Por cierto, era muy atractiva, se dijo y le agradaba su agresividad. Shima nunca habría reaccionado igual. Pensándolo bien, no sabía cómo habría reaccionado. Después de dos meses de tratarla, seguía siendo un enigma para él, por muy atractiva que fuera.

Desnudándose, se metió bajo el agua templada de la ducha, pero al terminar de enjabonarse, la dejó que se enfriara por completo. La presión le sirvió como masaje en la piel y empezó a sentirse listo y refrescado para enfrentarse a cualquier situación. Luego de secarse, y todavía desnudo, se pasó la rasuradora eléctrica por el rostro, pues necesitaba afeitarse dos veces al día cuando salía por la noche. ¡Vaya molestia! Pasó la mano por sus mejillas y consideró que ya no provocarían ninguna protesta de Shima. Si todo salía bien, quizá podría volver a insinuarle la reunión con el Primer Ministro. Sonriendo, se dirigió al dormitorio para empezar a vestirse.

Sonó el teléfono y se apresuró a contestarlo. Era Shima que, en forma por demás atractiva, estaba cancelando su compromiso.

- Mi padre ha sido invitado a una cena con el embajador del Japón -le explicó en voz melodiosa-, y quiere que lo acompañe.

- Una invitación un tanto intempestiva, ¿no te parece?

- ¿Crees que estoy inventando un pretexto, entonces? -inquirió Shima-. ¿No sabes que preferiría estar contigo?

- Si tú lo dices.

- Así es -respondió con voz sensual-. Perdóname por dejarte plantado.

- Te perdono... casi cualquier cosa -le dijo-. Yo también he tenido que cancelar citas, ¡por cuestiones de negocios!

- Una dosis de tu propia medicina, ¿no?

- Sí. Y no me agrada.

- Pobre Miroku -riendo, Shima cortó la comunicación.

Con lentitud, él hizo lo mismo. No bromeaba cuando dijo que la cancelación no le agradaba, ya que aún cuando la excusa le parecía genuina, le molestaba que no le hubiera informado antes. Sólo su "ego" estaba lastimado; sus sentimientos auténticos no se vieron afectados. El saberlo lo perturbaba, ya que implicaba que Shima significaba para él menos de lo esperado. ¡Eso, o ya se estaba haciendo viejo!

Acercándose más al espejo, se examinó con detenimiento. La intensidad de su expresión, lo hacía verse mayor que sus treinta y tres años aún cuando su cuerpo pareciera el de alguien de veinte. Bueno, quizá un poco mayor, pero en excelentes condiciones físicas y una musculatura bien coordinada. Quizá debería seguir el consejo de Inuyasha y casarse. El problema radicaba en que no había conocido a la chica con la cual deseara pasar el resto de sus días.

Aun si la encontraba, no había ninguna garantía de que serían felices. El matrimonio siempre sería un riesgo, desde cualquier punto de vista. Sus amigos siempre insistían en ello. Inuyasha era la excepción. Llevaba dieciséis años de matrimonio y casi se volvió loco de felicidad cuando su hija nació, ocho años antes. Hacía mucho que no veía a la niña, pero la recordaba como una chiquilla simpática.

Miroku se dirigió al vestidor y examinó sus ropas. Tomó en sus manos un traje gris, pero hizo una pausa. No saldría con Shima, por lo que no había por qué vestirse formal. Se puso un pantalón de lino y una camisa negra y decidió salir a cenar, de todos modos.

La soledad del hombre de negocios ambicioso, lo asolaba en casos como ese. El viajar por todo el mundo y alojarse en hoteles de lujo era magnífico, pero sería mejor si tuviese una esposa en Inglaterra que aguardase su regreso, o todavía más, que lo acompañase hasta que los niños llegaran. Cuando eso sucediera, dejaría sus viajes a sus ejecutivos; no tenía la intención de convertirse en un padre a medias. Su propio padre, oficial del ejército británico, lo envió a un internado cuando cumplió siete años y sólo veía a sus padres una vez al año, cuando se reunía con ellos para las vacaciones de verano, primero en Chipre y más tarde en Hong Kong.

¿Qué tipo de esposa era la que buscaba?, se preguntó Miroku mientras se aplicaba loción Givenchy para después de afeitar. Tendrían que gustarle los niños y ser una excelente anfitriona, eso no estaba a discusión. También tenía que ser inteligente, elegante y atractiva. Puras virtudes y ningún defecto, se dijo, sabiendo que quería un imposible. ¡No era de sorprender que todavía estuviese soltero! Algún día tendría que decidirse y conformarse con algo menos perfecto.

Shima era la que más se aproximaba a llenar sus requisitos, salvo por el hecho de que no se sentía en completa libertad con ella. Quizá se debía a sus diferentes herencias culturales, o a que no estaba enamorado de ella. No obstante, cada día se encariñaba más con ella y quien sabe en qué terminaría su relación cuando tuviera que salir de Tailandia.

Tú, sólo tú | Adaptación (MirokuxSango)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora