Capítulo 3.3

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En quince minutos el guardarropas estaba abierto, se sacó suficiente ropa de cama, la habitación vuelta a sellar y el empleado recibió instrucciones de colocar una nueva cerradura y hacer dos llaves.

- Haré que se sirva un té especial para los suecos -informó a la señora Shizu mientras regresaban al ascensor-. Eso los mantendrá ocupados una hora, tiempo suficiente para que usted termine de arreglar los cuartos.

A punto de estallar en lágrimas de agradecimiento, el ama de llaves se alejaba cuando regresó con prisa.

- Acaban de registrarse unos norteamericanos a los cuales se asignó el penthouse del Este y tengo que ver que no les falte nada.

- Yo lo haré -le prometió Sango-. Permanezca aquí y vea que las cosas se hagan.

Desde el recorrido inicial que hizo cuando llegó al hotel, Sango no había subido a los penthouses. El decorado era mucho más suntuoso que el de los pisos inferiores; los pasillos estaban alfombrados y en las habitaciones había alfombras orientales. Los recién llegados ya se encontraban allí y manifestaron estar muy complacidos por todo.

- Avísenos si necesitan algo en especial -les dijo Sango, satisfecha porque al fin algo salía bien ese día-. La próxima vez que nos visiten, sus peticiones estarán registradas en nuestro libro de "especiales".

- ¿Un registro de especiales? ¡Qué idea tan maravillosa! -comentó la señora Dixon con una sonrisa-. Estoy segura de que es todo un volumen.

- Lo es -aceptó Sango-, pero es algo que agrada a nuestros huéspedes -contempló al señor Dixon que se encontraba en el teléfono, ordenando una botella de su licor favorito-. En su próxima visita no tendrá que hacer eso. Su marca preferida ya lo estará esperando en el refrigerador.

- ¿Acompañada de bailarinas tailandesas?

- Confirmaremos eso primero con su esposa -sonriendo, los dejó a solas y entraba en el ascensor cuando una voz masculina le pidió que lo esperase.

Los cabellos de la nuca de Sango se erizaron al reconocer la voz de Hoshi y su corazón perdió el ritmo mientras mantuvo la puerta abierta para él. Con toda deliberación evitó mirarlo. Sabía que le debía una disculpa, pero las palabras se ahogaban en su garganta. Había sido tan descortés con ella que no la merecía. Sin embargo, era un huésped del hotel y ella una empleada, como lo averiguaría tarde o temprano, y era su obligación el comer una rebanada del pastel de la humildad.

Cambió de posición para mirarlo por el rabillo del ojo. Su expresión era formal; su boca amplia y bien formada, cerrada con firmeza, los ojos entrecerrados, como si no se hubiera dado cuenta de su presencia.

- La... lamento lo ocurrido esta tarde -tartamudeando, Sango rogaba que no fuese a cortarle la cabeza-. Los... los niños suelen ser muy traviesos, lo reconozco. Espero que haya podido volver a poner en orden sus papeles.

- Sí -respondió él tajante-. Pero será mejor que controle más a su pupila en el futuro.

- No es... quiero decir, no es mi pupila. Sólo cuidaba de ella esta tarde -hizo una aspiración profunda-. Yo... trabajo aquí.

- ¿En verdad? Espero que no sea en relaciones públicas.

Sango adquirió tonos escarlatas.

- No propiamente; si bien parte de mis obligaciones es ver que nuestros clientes estén satisfechos.

- Espero que haya tenido mejor suerte con los demás que conmigo.

- Sé que lo ocurrido con Moroha no fue correcto -replicó Sango tragándose el coraje que su descortesía le producía-. Ese es el motivo por el cual le estoy pidiendo una disculpa, señor Hoshi, pero en lo que se refiere a nuestra conversación en la piscina... bueno, no tengo por qué disculparme.

- ¿Considera un insulto que la haya invitado a desayunar conmigo?

- No, si esas eran sus únicas intenciones -le indicó con toda claridad-. Pero era obvio que usted me consideró una presa fácil.

- Vamos -le espetó-. Es usted una joven atractiva y pensé que estaba aquí sola; así que ¿qué tiene de malo que la invitara?

- Fue la forma en que lo hizo, y no lo culpo de ello, señor Hoshi; culpo a todas las chicas que es obvio que han aceptado sus invitaciones.

- Nunca he tenido que obligarlas a punta de pistola -aceptó tranquilo.

- Estoy segura de ello -se obligó a recorrerlo de cabeza a pies, de la misma forma en que los hombres admiran a las mujeres, y se percató, por el brillo en sus ojos, que estaba muy consciente de lo que ella hacía-. Es usted un hombre atractivo, señor Hoshi, y una mujer que no desee más que eso, lo encontraría muy satisfactorio, pero yo no soy una de ellas.

- Como usted ha indicado, no puede culparme por intentarlo. Si se tiene éxito cien veces, no puedo ser culpado por intentarlo una vez más.

- ¡Es usted insufrible! -exclamó furiosa.

- No es mi comportamiento el culpable... es la mujer de hoy. Quiere ser tratada en igualdad de condiciones y cuando eso sucede, se opone.

- El considerar a una mujer como un objeto sexual, no equivale a tratarla en un plano de igualdad.

- Me malinterpreta. La mujer liberada quiere una sinceridad absoluta en lo que a relaciones sexuales se refiere... y yo comparto esa opinión. Es usted en extremo atractiva y no hice intento alguno de ignorarlo. No obstante, es obvio que usted no está liberada y, por ello, me disculpo.

- ¡Soy mucho más liberada que usted! -le espetó Sango-. ¡Yo no veo a un hombre y pienso sólo en términos de meterme en la cama con él!

- Ni yo tampoco -dijo él-, ¡pero no puedo dejar de pensar en ello cuando veo a una mujer hermosa!

Sango no pudo contestarle, ya que el ascensor se detuvo para permitir la entrada a otra pareja; se colocó en el fondo, alegrándose de que las circunstancias le habían impedido que siguiese hablando. A partir de ese momento evitaría a Miroku Hoshi a toda costa. De no hacerlo, su trabajo en el Grupo Shikonmore estaría en serio peligro.

Tú, sólo tú | Adaptación (MirokuxSango)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora