Capítulo 11

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No obstante haberse acostado tarde, Sango se levantó temprano. Su sueño estuvo lleno de pesadillas sobre Miroku y Shima y sintió alivio al despertar y ver que el sol ya inundaba su habitación.

Se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. Una suave brisa mecía las palmeras y agitaba la superficie de la alberca, haciéndola brillar como un zafiro con su fondo de mosaicos.

El insistente llamar del teléfono la hizo apartarse de la ventana. Era el ama de llaves del hotel para pedirle que supervisara el arreglo de los dos pisos superiores. Un grupo de cincuenta personas llegaría ese día y sus habitaciones tenían que quedar listas.

Prometiendo que así lo haría, Sango se apresuró a arreglarse. En el instante en que salió del ascensor, una de las camareras le indicó que los refrigeradores de las dos suites del ala occidental no funcionaban.

- ¿Ya le informaron al ingeniero? -preguntó.

- Salió -replicó la camarera- y no saben cuándo regresará.

Ocultando su disgusto, Sango decidió inspeccionar los refrigeradores ella misma e iba a medio corredor, cuando recordó que Miroku ocupaba una de las suites. Con celeridad pasó frente a ella, yendo a la segunda y llamó.

Casi al instante, un airado norteamericano abrió la puerta.

- ¿Qué la retrasó? Informé de la falla hace casi una hora.

- Acabo de enterarme de ella -se disculpó, siguiéndolo al interior de la habitación-. ¿Cuál es el problema?

- No hace hielo.

Sango abrió la puerta del refrigerador, observando los botones de control para ver si no estaban en posición para descongelar. No, no se trataba de eso; se trataba de una falla eléctrica.

- Haré que alguien venga a revisarlo tan pronto como sea posible -prometió al disgustado huésped-; entretanto, le enviaré un cubo con hielo -se detuvo frente a la puerta-. Creo que su vecino tiene el mismo problema.

- Quizá por eso salió temprano de su habitación -murmuró el norteamericano-. Escuché su puerta cerrarse de un golpe antes de las ocho.

- Lo comprobaré, de todos modos -le indicó Sango. Con el corazón latiéndole con fuerza, se dirigió hacia la otra habitación. Para su fortuna, Miroku no estaba allí. Podría revisar el refrigerador sin que la importunara. Para asegurarse, llamó, esperó unos segundos y volvió a llamar. No hubo respuesta. Sacó la llave maestra, abrió la puerta y entró.

La amplia sala aún no había sido arreglada y había una botella de brandy y dos copas en una mesa junto al sofá. Los cojines estaban fuera de lugar y una camisa arrugada sobre una silla, como si su dueño hubiera estado demasiado impaciente para esperar a llegar al dormitorio para quitársela. Una visión de Miroku con Shima en sus brazos en el sofá, vino a atormentarla y, casi corriendo, se dirigió hasta el pequeño refrigerador, en el otro extremo de la habitación.

Un rápido vistazo le indicó que funcionaba bien, y estaba a punto de retirarse cuando oyó que la puerta del dormitorio se abría. Reprimiendo un grito, se volvió.

Miroku estaba en el umbral de la puerta, con el cabello alborotado y los ojos llenos de sueño. Llevaba un pantalón de pijama de seda, negro, pero el torso desnudo, mostrando su piel bronceada y una espesa V de pelo negro. Sango pudo observar lo amplio de sus hombros y, apresurada, apartó la vista al verlo estirarse cansado.

- ¿Qué diablos haces aquí? -preguntó molesto.

- Una de las camareras informó que el refrigerador no funcionaba -explicó-. Llamé y nadie contestó, por lo que abrí la puerta.

- Estaba dormido. No me metí en cama hasta después de las cuatro.

- Lamento haberte molestado -todavía evitaba mirarlo a los ojos-. Ya verifiqué su funcionamiento y no parece tener daño alguno.

- ¿Cómo entraste?

- Utilicé la llave maestra.

- No me agrada la idea de que haya personas deambulando por aquí sin haber sido invitadas. Tengo muchos documentos de carácter confidencial.

- Deberías utilizar la caja fuerte del hotel -replicó Sango.

- Tengo mi propia caja fuerte -volvió a bostezar y adoptó una expresión arrepentida-. Lo siento mucho, todavía no me adapto al horario y la desvelada no me ayuda en nada.

- Es obvio -respondió ella con voz baja.

- Tú eres la que se comporta obviamente, Sango.

- Quizá sea contagioso -replicó ella y salió de la habitación.

Estaba a punto de llorar. Nadie que la hubiera visto con Miroku habría adivinado lo ocurrido entre ellos allá en Bangkok. ¿Se debería a que Shima había vuelto a aparecer en escena o porque había visto a Kuranosuke besándola? De cualquier modo, el resultado era el mismo.

Sabiendo que el mejor antídoto es el trabajo, permaneció supervisando a las camareras y sólo hasta después de un tardío almuerzo, a las tres y media de la tarde, se dio una ducha, se cambió y se dirigió al pueblo. Se encaminó hacia la parte antigua de la villa, deteniéndose a comprar pequeños artículos de cobre y hoja de lata, estos últimos bruñidos hasta aparentar ser de plata, para llevarlos a casa como regalos.

Regresaba a la parada de taxis cuando el local de una modista le llamó la atención. Los estantes estaban llenos de telas; se abrió una cortina y apareció una mujer. Al ver a Sango, se acercó sonriente.

- ¿Puedo ayudarla? -preguntó en buen inglés.

Sango titubeó. La tienda era más cara que la que acostumbraba frecuentar, pero las telas eran de mucho mejor calidad.

- Me preguntaba si podría hacerme un vestido de noche.

- ¿En seda o algodón?

- Algodón, por favor.

La mujer tomó varios rollos de tela y los colocó sobre el mostrador. Había mucho de donde escoger, Sango no se decidía hasta que al fin eligió una tela estampada en azul y amarillo, que pidió ver a la luz del día. En el momento en que lo hizo, se percató de que era demasiado atrevida para ella y negó con la cabeza.

- Creo que es mejor que me quede con un tono pastel.

- ¿Escogiendo un vestido? -preguntó una voz profunda.

Tú, sólo tú | Adaptación (MirokuxSango)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora