Capítulo 1

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El suelo estaba mojado. Me había alejado tanto que se escuchaban más mis pasos sobre el húmedo asfalto que los grupos de personas en la calle, audibles ahora como un murmullo lejano.
 
A pesar de la oscuridad de la noche, mis ojos se habían acostumbrado ya un poco, por lo que pude localizar el enorme contenedor de basura que siempre estaba cerrado. Ágilmente, para llevar tacones, me senté sobre la tapadera. Saqué un cigarro y el mechero de mi bolso.
 
Una vez que lo prendí volví a guardar el mechero y me quedé con el cigarro encendido entre los labios, sin llegar a fumar todavía. Mi vista se fijaba en el edificio de enfrente, subiendo planta por planta hasta ver el oscuro cielo de la noche.
 
Sin estrellas.
 
Normal, había mucha luz en la ciudad.
 
Solamente la luna creciente se asomaba tímidamente por la esquina de otro edificio.
 
Me permití dar la primera calada inhalando de forma profunda y lenta. Notaba como el humo iba entrando en mis pulmones, y como mi caja torácica aumentaba de tamaño. Me dejé levemente caer para atrás, un poco, hasta que mi espalda contactó con la pared.
 
Ahí apoyada dejé que el humo saliera de mi y subiera, tapando por unos segundos mi pequeña porción de noche. No fumaba a diario, pero hacía tiempo desde que había dejado de saberme de una forma desagradable.
 
Mi visión se volvió un poco borrosa y noté como una lágrima caía por mi mejilla.
 
Te quedan 6 meses.
 
No iba a angustiarme a mí misma con esas preguntas en este momento de tranquilidad. Agité levemente mi cabeza, negando, huyendo de esos pensamientos. Mientras, un par de lágrimas más caían por mis mejillas.
 
Déjalo ya.
 
No las iba a limpiar, me recordaban a la lluvia. Di otra calada más, de una forma lenta, disfrutando de cada sensación. Las lágrimas, las ganas de llorar, habían venido con mi afirmación, y se habían ido igual de rápido. No me iba a angustiar en este momento tan tranquilo.
 
Sin embargo, justo antes de dar otra calada más, en el momento en el que mis labios rozaban el cigarro, un sonido conocido hizo que lo alejara para limpiar los restos de lágrimas de mi rosto. El sonido provenía de una puerta metálica del edificio. No pude evitar girar mi cabeza para ver quien iba a salir.
 
          – Ni se te ocurra volver. – Era la voz de un guardia de seguridad, que llevaba a un chico cogido del cuello de la camisa, y lo empujó hacia el callejón en el que yo estaba, antes de cerrar la puerta de nuevo.
 
El chico no llegó a caerse, era alto y algo corpulento, pero el problema era que el guardia lo era más. Menos mal que por lo menos se había ido y no le había pegado. El chico se giró hacia la puerta cerrada, de nuevo, y aunque no veía su boca, juraría que exclamó cosas como “mierda” y “gilipollas”.
 
No se había percatado todavía de mi presencia. Mientras que él divagaba en sus pensamientos, o se maldecía a sí mismo, me permití darle un par de caladas más a mi cigarro antes de hablar.
 
          – ¿Por qué te han echado?
 
Se sobresaltó ante la pregunta, seguramente no esperaba que hubiera nadie en un callejón a las 2 de la mañana. Sin embargo, así soy yo.
 
Se giró en mi dirección, antes de acercarse esperó unos segundos a que sus ojos se acomodaran a la oscuridad, y se quedó cerca de mi, a unos metros.
 
Tan solo con su forma de andar ya sabía que había bebido mucho, el olor a ginebra solo lo confirmó.
 
Antes de recibir su respuesta me erguí, dejé de estar apoyada en la pared, para poder verlo algo mejor.
 
          – Porque a mi amigo le pareció buena idea colarnos en la inauguración del club de pijos en el que se necesita lista de invitados hasta para ir a mear.
 
No lo pude evitar, estaba a mitad de una calada y comencé a toser levemente, hasta que la tos se convirtió en risa.
 
En ese momento lo estaba mirando directamente a los ojos, y él a mi. Antes, por la distancia, no me había fijado en sus ojos verdes amarronados, que resaltaban mucho entre su pelo casi negro. Suponía que la oscuridad hacía que su piel y pelo parecieran más oscuros de lo que realmente eran.
 
Siempre me habían intimidado un poco las miradas, esos momentos de contacto visual directo, pero había aprendido a disimularlo un poco. Por tanto, cuando me miraba, me sentía ciertamente algo intimidada, pero no miré al suelo, sino que seguí la conversación.
 
          – Pues aquí hay un callejón estupendo por si no te aguantas, pero espérate por lo menos a que yo me vaya.
 
Yo sonreía divertida, y esta vez era él el que se reía. Me gustaba la informalidad con la que me hablaba, así que tenía que responderle de igual forma.
 
Se apoyó en el contenedor con una mano, seguramente para no perder el equilibrio y caerse. Lo cierto es que no me daba miedo estar en un callejón de madrugada con un chico borracho, o al menos con este chico borracho. Estaba pensando en que, tal vez, podría tumbarlo de un golpe, pero su voz interrumpió mis extraños pensamientos.
 
          – ¿Cómo te llamas, chica del callejón? – Mientras el preguntaba yo estaba dándole una calada al cigarro, notando como esperaba por mi respuesta ya que seguía mis movimientos, hasta que mis pulmones volvieron a tener aire fresco.
 
Su pregunta me sobresaltó un poco, ¿Tan distinta estaba con el pelo teñido de negro?
 
Normalmente algunas personas me conocían tan solo con verme por la calle.
 
          – Rose, ¿Y tú, chico de la lista?
 
Me encantan las verdades a medias.
 
Lo miré alzando levemente la ceja izquierda, ya se podía ver un poco más. La luna acababa de verse en el cielo y llevábamos suficiente rato como para que se distinguieran cada vez más ciertos rasgos.
 
          – Soy Egan, Egan Kane. – Con su cabeza, en un pequeño movimiento, señaló mi mano con la que sostenía el cigarrillo. – ¿Me das?

23:22 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora