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—Disculpe, ¿sabe usted dónde está la cocina? –me acerco a una mujer madura de cabello entrecano muy corto, como de militar, que avanza a toda prisa maldiciendo entre dientes– Necesito...

—Mierda, eres una de esas. –se pone la mano en las caderas y me observa con atención y repulsión– No voy a darte nada de comer flacucha, busca sobras entre la basura maldita perra. –gruñe con ese acento mexicano que tanto extrañé– Largo huesuda. –agita las manos y yo solo puedo sonreír con incomodidad.

Por un segundo realmente me hizo sentir como mierda, pero ya la recuerdo y esa sensación desaparece, ahora me siento cómoda.

—¿Usted cree que soy una de las putas de Anton? –me yergo ofendida y resoplo asqueada– Follar con los hermanos es normal para los dioses... –dejo la frase a medio terminar y su cara se frunce, como si estuviera devanandose los sesos para recordar mi cara.

—Ajá... ¿y quién chingados eres tú? –vuelve a analizarme pero está vez con desconfianza, la observo con una sonrisa radiante para ver si puedo arrojar luz sobre sus recuerdos– Tu cara no me resulta familiar. Solo me parece que tienes cara de puta y que intentas vacilarme para que te alimente.

—Bueno, han pasado algunos años, realmente no creí que me olvidarían tan rápido. –suspiro para ver si así entiende, pero no es el caso, resoplo rindiendome a la idea de que ella me reconozca de inmediato por su cuenta, así que si los rasgos no hablan que el nombre lo diga todo– Soy Ilynka Vólkova, señora Fernández. –toda su cara se pone roja en un segundo, abre y cierra la boca como un pescado sin lograr formular ninguna palabra– Para mi también es un placer volver a verla con tan perfecta salud. Sigue siendo la misma mujer honorable de siempre y eso me alegra.

—Por todos los cielos, perdona mi comportamiento... –tartamudea nerviosa– Mis palabras fueron demasiado bruscas e inapropiadas. –me mira como si esperara una serie de improperios, cosa que me extraña mucho, ella jamás se permite este tipo de aspectos vulnerables, esta acostumbrada a darlos pero no a recibirlos– Mi actitud esta justificada por el comportamiento inadecuado de tus hermanos, pero eso no perdona que haya sido grosera. –sonríe de lado dejando a la vista las líneas de expresión de su cara, años de trabajo duro se reflejan en ellas, también el sufrimiento y los ataques de enojo.

—Mantenga la calma, señora Fernández. No me ofende que mantenga su territorio protegido. Admiro que a pesar de todo lo que ha vivido haya decidido permanecer en el Rancho Rugido de Águila y siguiera siendo leal a mi señor padre hasta el final de sus días. –observo mi alrededor y el mapa se me revuelve en la cabeza, realmente he olvidado como moverme en esta casa, no soy más que una invasora mediocre queriendo llenar unos zapatos que le quedan demasiado grandes– Sigo necesitando las indicaciones para llegar a la cocina, si no es mucha molestia. –la observo y ella recupera la posición de mujer dura, seguramente esta agradecida del cambio de tema, volvemos al terreno que ella conoce– Si lo prefiere puedo buscar sobras en la basura. –sonrió para romper la tensión y ella niega con la cabeza como si estuviera decepcionada de mi chiste.

—Ni hablar. –avanza con paso firme y me indica que la siga– Ven conmigo, te prepararé algo rico para que cubras esos huesos y no salgas volando con el soplido del viento. –sonrió entre dientes, ese comentario trae a mi mente los recuerdos oscuros de la Escuela de Élite y hace que me estremezca– Parece que vas a desfallecer en cualquier momento y no puedo permitir que otro Vólkov se me escape de las manos. Sobre mi cadáver putrefacto, si señor.

—En la Escuela de Élite no teníamos muchas opciones para comer, conseguir lo suficiente para sobrevivir ya era un lujo. –ella me mira como si tuviera compasión de mi, no soporto que me vean como si todavía fuera una niña, y odio mucho más que me tomen por indefensa– Todos aprendimos a ser independientes y prácticos. No tener nada más allá de lo que se necesita. –me yergo y la observo, no desvío la mirada ni me encojo, sino que la miro como mi igual.

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