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—¿Qué es todo este jaleo? –entro a la cocina cuya estabilidad actual es como un campo de batalla– ¿Eso es pastel? –tres chicas pasan cargando un piso de pastel cada una, no sé cual es la medida de su circunferencia, pero sé que es grande para ellas.

—Anton cumple años hoy. –gruñe la Jefa debajo de una pila de platos blancos con bordes dorados– Habrá una gran fiesta y por supuesto, un gran banquete.

—Mierda, ni que fuera la Reina de Marte. –me observa con irritación como si fuera una niña tonta– ¿Qué? Un visitante intergaláctico sería más importante que un niño mimado.

—Deja de decir tonterías, Ilynka. –gruñe otra vez cuando deja otra pila de platos en un pequeño espacio disponible en la barra de cocina– Tengo suficientes cosas con las que lidiar como para sufrir con tonterías.

Tuerzo la boca en una mueca de disgusto. Primera vez que vengo a hablar de forma pacífica y el mundo se niega a cooperar.

Con resignación a ser ignorada, me dispongo a tomar mi cuarta taza de café, sin embargo, a pesar de todas las cosas por hacer la Jefa se acerca indignada y me arranca la jarra de las manos.

—¿Ya vas de nuevo con eso? –pongo las manos en jarras y ahora soy yo la que se muestra irritada– Dame eso, ahora.

—Basta de café, ¿Quieres una taquicardia? –sonrío de lado sin un atisbo de gracia.

—Si de verdad quisiera morir ¿no crees que elegiría algo más impactante que una taquicardia? –le quito la jarra ante su sorpresa, ahora pensaran que tengo instinto suicida, pero al menos ha aflojado el agarre de la taza– Un gran poder merece una muerte impactante y digna, no una tontería que cualquier puñetera persona puede obtener.

—No estarás hablando en serio. –me sirvo un poco de café y la observo por encima de la taza– Ilynka...

—Tranquila, no pienso borrarme del mapa antes de obtener lo que quiero. –me doy la vuelta y me encuentro a Selim observándome con desaprobación– ¿Qué?

—Solo te observo, no es para tanto. –me mira un segundo más y luego saluda a la Jefa con un asentimiento de cabeza– Buen día, Jefa.

—No existen los buenos días, ya solo hay días en esta casa. –se da la vuelta indignada, barriendo con la mirada a Selim antes de continuar sus asuntos.

—Parece que todavía no confía en ti. –sonrió y lo observo con diversión, ante eso me corresponde la sonrisa y toma mi taza de café– Hey, eso es mío.

—Por los mil infiernos, esto no tiene azúcar. –tira el café al fregadero con una mueca de desagrado mientras yo lo miro atónita– Con razón siempre andas de malas.

—¿Acabas de tirar mi café? –le quito la taza de un tirón y lo empujo con demasiada fuerza, pero él solo se ríe– Eres un cabrón de primera.

—Si tuvieras la decencia de probar el café que yo preparo te caerías de culo. –toma la jarra de café, le pone un poco de canela entera y luego se sirve en una taza y le agrega azucar suficiente para hacer jarabe, después toma un poco de crema y le pone apenas un chorrito– Te cambiará la vida, yo sé lo que te digo.

—No me gusta el café con azúcar, le quita lo divertido a la cafeína. ¿De qué me serviría si no siento el cosquilleo en las manos? –me sirvo café de la jarra y mi boca grita al sentir el sabor de la canela– Mierda, eso pica.

—Vamos, te he visto ponerle suficiente chile a la comida como para desarrollar gastritis y ahora te quejas de un poco de canela, eso no tiene sentido. –le da un sorbo a su taza y suspira gozoso– Dioses, esto si es café.

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