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—Buenas noches, señorita Vólkova. –saludan las chicas del servicio al verme pasar mientras inclinan un poco la cabeza.

Asiento a su saludo y continuó mi camino al comedor. Me parece raro e innecesario que hagan una reverencia de ese tipo, no soy ninguna diosa y ellas no son esclavas como para tener que hacer eso.

Han pasado cuatro semanas desde que llegué y he tenido más crisis existenciales en ese tiempo que en toda mi vida, lo cual ya es decir mucho.

Mi madre evita toparse conmigo a toda costa, igual que el resto, excepto Rustam a quien siempre me encuentro revisando libros o analizando cuidadosamente las pinturas ancestrales de la vieja Casona. A veces parece totalmente ajeno a cualquier cosa que hagan los demás, desentona como el color fucsia en la Noche Estrellada.

Anton sigue haciendo fiestas estrafalarias y exigiendo que se le atienda como si fuera un faraón, mientras Elizabeth se queda cerca cuidando que ninguna "gata" le quiera robar la atención de su "león".

Tomo mi lugar en la mesa y mi familia no lo nota, aunque quizás solo fingen no verme. Han sido cuatro semanas de silencio incómodo, somos extraños compartiendo sangre, ¿cómo llegamos al punto absoluto de odiarnos tanto? ¿Qué lo detonó? ¿De verdad fue la muerte de mi hermana o hay algo más?

Medito sobre eso mientras observo con atención mi entorno, siempre cautelosa y desafiante.

Mi vestimenta de hoy la tuve que elegir cuidadosamente, mi apariencia sigue siendo un poco... enfermiza, pero creo que mi blusa verde con escote profundo en V distrae ligeramente las miradas, me da algo más de vida con sus coloridas flores.

Aunque para mi suerte, nadie me pone atención, eso me hace sentir bien. Implica estar y no estar al mismo tiempo.

Anton tiene el teléfono entre sus manos, moviendo los dedos muy rápido como si la conversación que sostiene por chat fuera muy importante.

Rustam se entretiene doblando y desdoblado la servilleta de tela, a la vez que mueve los dedos de su mano izquierda al son de una canción cuyo ritmo solo escucha en su cabeza.

Elizabeth observa su nueva manicura mientras se susurra a sí misma lo hermosa que se ve, como si Anton le estuviese poniendo atención.

Y luego esta Olesya... mi madre. Esa mujer tiene esa postura que diferencia a una reina de una común campesina. Pareciera que con su esbelto cuerpo trata de llenar toda la habitación, logra lucir incluso más imponente que yo.

Y con toda razón, ella no debe lidiar con el pesar de los cambios de humor ni tampoco con ataques de ansiedad, ella está en el papel de su vida. Mientras que yo sólo luzco como un triste chiste.

Selim se coloca a mi costado, mirando siempre al frente como si fuera una escultura, pero sé muy bien que esta atento a todo. Sin importar qué su poder no sea lo suficientemente fuerte como para manifestarse, los instintos siguen ahí, potenciados y alerta.

—Te ves pálida. ¿Acaso tratas de causarnos pena matándote de hambre? –Olesya me observa por encima de su copa, sonriendo amenazante– Lo mejor sería que dejes esto, no es para ti. No tienes ni idea de cómo se maneja el negocio y tampoco sabes nada acerca de la familia. Déjate de juegos y renuncia.

—¿Parece que estoy jugando? –me yergo en la silla de mi padre a la vez que poso mis brazos en los laterales para abarcar más espacio– Casi podría decirse que te preocupa mi salud, ya sabes, ahora que mencionas que no como lo suficiente.

—No me preocupa tu salud, mocosa asesina. –ladea la cabeza con molestia– Lo que me preocupa es que sigues burlándote de esta familia como si aún pertenecieras a ella.

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