#32

9 1 0
                                    

Es la hora del desayuno y todos nos encontramos reunidos como de costumbre, ignorandonos mutuamente y en total silencio.

Sin embargo, nada puede amargar mis avances con Selim, nos está llendo bien gracias a su humanidad y paciencia hacia mi persona. Nos acercamos más al hablar sobre las escuelas en las que estuvimos.

En resumen, Selim fue a un campo de tulipanes en una brillante tarde de primavera, mientras que yo fuí encerrada en un campo de trabajo durante un horrible invierno en condiciones deplorables.

—¿Más café, señorita Elizabeth? –dice una chica con la jarra de café bien firme en sus delicadas manos.

—No preguntes, solo sirveme. –grazna mientras se presiona las sienes con los dedos.

—¿Gusta más fru... –Elizabeth da un manotazo a la mesa y la chica se encoge con el plato de fruta picada en las manos.

—Deja de hablarme, no quiero nada más. –la chica se va inclinando la cabeza en una reverencia.

—Tú mal humor no justifica el maltrato a los empleados, Orendain. –espeto mirándola fijo por encima de mi taza, ella gira la cabeza y me amenaza con los ojos detrás de sus lentes oscuros– No te daré muchas advertencias antes de cortarte la lengua por irreverente.

Escucho un carraspeo a mi lado, sé que Selim trata de advertirme que controle mi lengua. Por más repulsiva que me parezca la idea de dejar pasar esta oportunidad para cumplir mis amenazas decido dar un suspiro de disgusto.

—Ya sabes lo que dicen, si no lo controlas, no lo consumas. –dejo la taza en la mesa y me yergo con elegancia y una sonrisa coqueta revoloteando en mis labios.

—¿Por qué no me lo dices a la cara, perra estúpida? –chilla poniéndose de pie y tirando el café sobre los pantalones de Rustam que se encuentra a su lado.

—¡Ay, mierda! –se levanta y trata de limpiarse el exceso de líquido mientras da saltitos como chivo– Fíjate, idiota.

—¡No me llames idiota, idiota! –grita Elizabeth ofendida y Olesya se palmea la frente con la mano como si tratara de no verse avergonzada.

Rustam deja la servilleta y sale hecho un basilisco profiriendo insultos hacia su esposa mientras se sacude la camisa.

Lo observo marcharse sintiendo su dolor por las quemaduras, quiero que no me cause satisfacción. Si disfruto de su dolor arruinaré mis planes de salvarlo. Rustam tiene potencial para ser rescatado de las garras de mi madre.

—Deberías tener más cuidado con tus arranques de ira, Orendain. –como un poco de pan tostado con aguacate sin quitarle el ojo de encima.

—Cállate, nadie ha pedido tu opinión. –sentencia Olesya poniéndose de pie con aire regio para luego salir campante– Tu parloteo me quita el apetito.

Anton sigue de cerca a su madre como un perrito faldero mientras Elizabeth me dirige otra mirada furiosa como si estuviese armandose de valor para golpearme.

—¡Eres un grano en el culo, traidora! –chilla furiosa y yo me pongo de pie con furia.

El sonido de la silla al recorrerse violentamente hacia atrás la asusta obligándola a pegar un brinco.

—Deberías decirme eso a la cara, ya que eres tan valiente, Orendain. –gruño con los puños sobre la mesa.

El cielo se oscurece y el comedor se vuelve tan frío que se ven las respiraciones de todos los presentes. Mis puños comienzan a calentarse deseosos de destruir todo a su paso.

—No caeré en tus provocaciones, no soy un animal. –grazna fingiendo fortaleza, pero a la menor oportunidad sale corriendo con la piel blanca de miedo.

LA PATRONA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora