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—Buen día señorita Vólkova. –la Jefa hace una inclinación y me sirve el desayuno como al resto de la familia en el comedor principal– Que disfrute su desayuno.

—Oye tortuga, yo también tengo hambre. –gruñe Elizabeth mientras sacude el brazo como desquiciada para llamar la atención– Date prisa, anciana.

—Cuando te dirijas al personal de esta casa debes hacerlo con respeto y en un tono más moderado. –zanjó en tono grave con la mirada puesta en mi taza de cafe.

La Jefa esta congelada sin saber que hacer, los demás del servicio agachan la cabeza como si así pudieran hacerse invisibles, y mi familia me observa con sus ya habituales miradas de odio.

—¿Te atreves a darme órdenes? –se pone de pie, por el rabillo del ojo veo que me apunta con su dedo, con ese esmalte rosa chillón que me hace doler los ojos– ¡No tienes derecho! ¡También soy una Vólkov! –su enojo me inunda la nariz y me hace sentir más fuerte.

—No te confundas, princesa. –levanto la mirada y la enfrento, hablo con voz calmada, monótona y lo suficientemente fuerte para que me escuche– El hecho de que Rustam sea tu esposo no te hace acreedora de nuestro apellido. Solo eres su mujer y nada más.

Abre la boca ofendida y busca el apoyo de mi hermano, pero Rustam no hace nada, solo continúa comiendo tranquilamente, aparentemente ajeno a esta situación.

—Siéntate, has silencio y deja tus dramas para otro momento, de preferencia que sea a puerta cerrada en tu habitación como niña buena para que yo no tenga el infortunio de oír tu timbre irritante. –gruño con los puños apretados.

Se sienta lentamente con la cara roja, de reojo veo a Anton conteniendo una sonrisa furtiva, mi madre aprieta la mandíbula y contiene sus ganas de gritarme, siento la tensión en el aire como un peso insoportable.

—Mientras vivas en esta casa vas a respetar a todos y cada uno de los miembros que trabajan aquí. No me importa la relación que tengas con mis hermanos o con la señora Sokolova, al servicio de esta casa los vas a respetar y si te atreves a levantarles la voz o siquiera reprocharles algo sin agradecer lo que hacen por ti, te juro por Ares que te pondré de rodillas y te azotaré el culo con una fusta hasta que sangres y supliques clemencia. –todos me observan atónitos mientras la Jefa irradia orgullo por cada poro– Puede continuar con sus actividades, señora Fernández.


..........


—Mierda, eso fue muy valiente. –pasó por la puerta de la cocina rumbo a mis lecciones de jardinería con Leonora y escucho una conversación entre algunos jóvenes del servicio– ¿Viste la cara de la Bruja? Parecía que iba a explotar como un tomate.

—Sí, y Rustam no movió ni un dedo por su esposa. Parece que realmente ni se topan entre ellos. ¿Cómo terminaron casados? –ambos chicos se encogen de hombros y un tercer sujeto se une a ellos, una chica de cabello corto y brazos tatuados.

—¿Qué mierda hacen? Alguien podría escuchar su conversación, dejen de meter la nariz donde no los llaman.

—¿Quién podría escucharnos? Estamos susurrando, ¿qué no ves, tarada? –gruñe el chico de cabello negro rizado.

—En realidad, ustedes dos susurran como trompetas. Pude escuchar su conversación desde el pasillo. –los tres se voltean violentamente mirándome con caras de asombro puro, los ojos bien abiertos y las manos sudando nerviosas– ¿La Bruja no soy yo o sí?

El miedo de los tres se mezcla en uno solo y yo lo inhalo lentamente, se siente como una descarga placentera de energía que recorre cada fibra de mi ser.

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