#31

5 1 0
                                    

Cuando pasan diez minutos resoplo con aburrimiento, me recargo en el capo de mi auto y cruzo los brazos mientras espero.

Pocos segundos después aparece una sombra, emerge con cautela de la cocina y avanza hacia mi con lentitud calculada.

Mi corazón se acelera al ver el rosto de Selim. Ciertamente creí que no vendría, pensé que me dejaría plantada como venganza por ofenderlo, pero parece que no todos piensan como yo.

Muy en el fondo, se manifiesta algo similar a la alegría, algo que no pienso admitir en voz alta, esa alegría puede derivar de lo contrastante que resulta su actitud, como un reflejo opuesto de mi.

—Vaya, te has tomado tu tiempo. –bufo dando la vuelta para que no vea mi sonrisa de agradecimiento por su presencia– ¿Te has empolvado la nariz?

Frunce los labios y me observa, seguramente esta repasando todas las posibilidades existentes de lo que pasará. Estoy bastante segura de que en ninguna de ellas se le ocurrirá que yo voy a pedir tregua.

—Ya sube. –gruño señalando la puerta– ¿O esperas que yo abra la puerta por ti, princesa?

¡Por todos los infiernos! ¿Desde cuándo debo ser yo la que ofrece disculpas?  Pocas veces me he visto en la necesidad de cumplir el papel de disculparme como perro con el rabo entre las patas. No me gusta ser el tapete al que todos pisan.

—¿A dónde vamos? –gruñe mirándome fijo en la oscuridad mientras conduzco fuera de los límites del Rancho Rugido de Águila.

—Tendrás que confiar en mi sin pronunciar ninguna objeción. –aprieto el volante ante la insistencia de su mirada.

—No es una objeción, solo es... curiosidad. –explica con simpleza– Quiero saber qué planeas.

—Tengo dos opciones. –levanto el dedo índice– Una opción es ir por un café y un pan dulce, cosa que no me desagrada en absoluto. –levanto el dedo medio frente a su cara– La segunda opción es ir a cenar a un lindo restaurante para demostrarte que tu papel en mi existencia es importante, que lo siento mucho y todas esas cosas patéticas que seguramente se dicen en las disculpas. Yo que sé.

Siento como su enojo se evapora hasta desaparecer por completo, dejando que su mar embravecido quede calmo y quieto. Ahora no sé qué es lo que piensa o lo que siente.

—¿Café o cena? ¿Esas son tus opciones? –asiento con determinación y él suelta una risotada– ¡Pensé que me odiabas!

—¿De qué mierda hablas? –frunzo las cejas, me irrita pensar que me he perdido un chiste en lo que dije– Si te odiara no tendríamos esta conversación. Me pareces tolerable y ya.

—¿Tolerable? ¿Solo eso? –se ríe de nuevo y yo aprieto el volante con furia contenida, ¿qué le parece tan gracioso?– Si te parezco tan tolerable, ¿por qué me invitas a salir?

—¿Podrías decirme el chiste? Me parece que me lo perdí. –gruño golpeando el volante.

—Vaya, realmente no sabes qué es lo que estás haciendo, ¿cierto? –resoplo sin responder, me parece que él sabe bien que yo no tengo ni puta idea de nada.

—Ilumina a esta podré alma condenada a la desgracia y la perdición en los rincones más profundos e inhóspitos de la oscuridad. –de reojo veo que frunce las cejas confundido.

—Bien, te diré que estas haciendo. –asiente solemnemente cual monje antes de soltar su mejor sermón– Tú, mi querida amiga, acabas de invitarme a una cita.

Freno de golpe, el cinturón de seguridad me deja a dos centímetros del volante con los ojos bien abiertos y la mente explotando por esas dos palabras demasiado fuertes para que mi mente pueda procesarlas. El cuello me duele horrores y sé que si fuera mortal tendría la cabeza como esfera navideña.

LA PATRONA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora