#17..

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—¡Ya estas despierta! ¿De qué humor estás hoy? –miro a Selim por encima del libro sobre hechizos para principiantes y hago una mueca– Genial, estas mejor que ayer. ¿Qué haremos hoy?

—Tú te puedes ir derechito a la mierda, no me interesa. –sigo leyendo y tomando notas, como dijo Leonora, las cosas simples me causan más conflicto– Sabes de sobra que no te quiero cerca de mi.

—Sí, ya lo has dicho muchas veces, pero tienes mala suerte porque me voy a quedar aquí. –sonríe y yo gruño– Dioses, tienes más dotes de perro que de Vólkov.

—No soy un perro, soy una alfa. –le dedico una mirada potente de desprecio y se hace el ofendido– Si continuas tocándome los cojones haré algo más que gruñir.

—¿Vas a acicalarme? –sonríe de forma inocente, me rodea y me toma por los hombros, mi primera reacción es ponerme de pie furiosa y acorralarlo a la vez que apoyo en su delicada yugular un lindo cuchillo de cacería– Mierda...

—Fastidiar con tus comentarios estúpidos es una cosa, pero no te permito que me toques ¿Has entendido? –lo golpeo contra la columna y escucho la puerta abrirse así como sus huesos crujir– ¡¿Entendiste?! ¡No permito que nadie me toque jamás! –grito muy enojada y Leonora suelta un graznido horrorizado a mi espalda.

—¿Qué está pasando? –empujo a Selim y él mantiene el equilibrio con facilidad, tal vez debí arrojarlo con más fuerza– Ilynka, no seas grosera con Selim, él solo quiere ayudar.

—No me interesa lo que esta haciendo, no le permitiré que me ponga un dedo encima. No quiero que nadie me toque. –la rodeo mientras salgo al pasillo, siento que cada paso deja un rastro de llamas.

Me tocaron demasiadas veces, cualquier roce innecesario con cualquier persona, especialmente con los hombres, me causa dolor en las entrañas y despierta mis más salvajes instintos asesinos.

Muchas veces traté de defenderme, la mayor parte de ellas fallé y eso aún lo siento a flor de piel, como una quemadura que jamás sana sino que solo se hace cada vez más profunda.

Hago un colosal esfuerzo para no romperme, no puedo dejar que mis barreras se desgarren y dejen escapar las lágrimas. No puedo dejar que me vean en mi estado más vulnerable. Tengo que reforzar mi coraza. Tengo que mostrarme indiferente. Mi dolor se mantendrá privado.

Avanzo por la casa para llegar al comedor y desayunar por primera vez en toda una semana. Nadie notó mi ausencia, quizás se sienten aliviados de no verme, incluso deben estar pensando que pienso retirarme de la contienda, pero me gusta fastidiar. Me encanta arruinar los planes de los demás, especialmente si son para destruirme.

Pongo la sonrisa más brillante que jamás haya mostrado y me yergo en todo mi esplendor, nadie debe notar la falta de horas de sueño y el mal rato que pasé. No pueden enterarse de mi bajón emocional. Demostrar que puedo ser destruida es una de las cosas que más debo evitar.

—Carajo, ¿sigues viva? –Elizabeth ahoga un graznido y me muestra una cara de huele mierda, tenía que encontrármela en el pasillo, vaya suerte la mía– Creí que te encontraríamos remojandote en una tina con las venas secas.

—Sé que me extrañaste, adoras verme. –le muestro mi sonrisa radiante y ella gruñe– Si algún día muero en esta casa será algo muy memorable, y te aseguro que no estarás para verlo. –la dejo atrás mientras tomo mi lugar en la cabeza de la mesa familiar.

Me siento con orgullo en la silla de mi padre, dejo que el legado maldito me recorra las entrañas y me motive a mantener la compostura.

Veo a todos llegar y tomar sus asientos, ninguno me mira lo suficiente como para dirigirme la palabra. Mejor.

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