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Mientras avanzo por el amplio recibidor comienzo a recordar los detalles y ornamentos que empaparon mi memoria infantil. Tres nacionalidades unidas en una sola casa por generaciones.

La mezcla perfecta de las tres culturas se vio terriblemente eclipsada por el derroche de mi familia en muebles que ahora están fuera de lugar.

Objetos demasiado elegantes y que no están en sintonía con la historia de los Vólkov agreden mi vista y me hacen sentir en la garganta un regusto amargo.

Podría simple y llanamente hacer arder esta casa y todo lo que habita en ella con un simple movimiento de muñeca, podría reducir a cenizas esta cueva de monstruos, podría ponerlos de rodillas mientras rezan por sus vidas y disfrutar del hedor de sus miedos mezclados, podría empalagarme con sus lágrimas de dolor mientras sus pieles se carbonizan y la vida se extingue de sus ojos...

—¡Ya basta! –gruño mientras me sostengo la cabeza para aplacar esas ideas retorcidas, debo seguir apelando a mi humanidad y desobedecer al instinto asesino arraigado en mis entrañas– No más.

—¿Ahora escuchas voces? –Rustam me observa desde las escaleras con una caja en la mano– Dijeron que estabas loca, pero creo que las voces ya serían demasiado.

—No escucho voces, hermano. –esa última palabra la digo como un recordatorio de a quien tiene enfrente.

—¡Auch! –se ríe y luego se encuentra conmigo, manteniendo una distancia prudente– No hay nada más cruel que una desconocida te llame hermano.

Continúa su camino como si también me hubiera insultado, pero solo me río.

—No siempre fuimos desconocidos, Rustam. –se detiene y me observa, primero con enojo y después con cierta añoranza– Solíamos jugar juntos entre los agaves. Jugábamos por horas y siempre me pedías que te contará historias, porque considerabas que yo era mejor narradora que tu.

Continúa su camino y sale de la casa, titubea los primeros pasos pero no se vuelve a mirarme. Me acerco a la entrada y lo observo alejarse con los hombros en tensión.

—Siempre seré más tu hermana de lo que Anton ha sido jamás. Nuestro pasado seguirá inamovible y estaré para ti si lo necesitas. –acelera el paso y yo sonrío satisfecha– Avísame cuando recuperes tus ideas, intentar ser una copia no va con tu estilo.

—¡Aquí estás! –John se acerca a mi con gesto serio y hace una reverencia leve– Me temo que tengo malas noticias para usted, señorita Vólkova.

Frunzo la boca con desagrado y muevo la cabeza con negativa, después me cruzo de brazos y me recargo al marco de la puerta. Cuando me hablan de "usted" sé de sobra que son malas noticias.

—Bien, ¿qué sucede? –John sostiene su sombrero vaquero entre los dedos y baja la mirada– ¿John?

—El plazo de pago del señor Velázquez venció hoy... y no cumplió el monto. –me yergo y lo miro fijo con los ojos bien abiertos.

—¿Eso qué significa? –vuelve a bajar la mirada y se atraganta con su propia saliva– ¿Lo mataron? –su silencio responde por él y mi corazón se enciende– ¿No pasaron la deuda a su ex esposa como dije?

—No, la Jefa no lo autorizó. –levanta la mirada y me mira con tristeza– Su intención fue buena, pero existen reglas establecidas que se han respetado por siglos...

—¿Quieres decir que la Jefa sigue obedeciendo las palabras caducadas de un montón de ancestros hechos polvo en lugar de escuchar a alguien que pertenece al mundo actual? –John asiente y yo gruño– La Jefa debía obedecerme. ¡Si hubiera cambiado la deuda cuando le dije esto no habría pasado!

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