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—Bienvenido a tu nuevo hogar. –aparco cerca de la puerta de la cocina mientras un séquito de empleados vienen a buscar las bolsas de despensa– Vamos, Leonora debe estar en la cocina esperando ansiosa tu llegada.

En la cocina hay caos, como siempre, veo a Leonora caminar de un lugar a otro hasta que voltea en nuestra dirección, entonces corre como jamás a corrido en su vida hacia nuestro encuentro.

—Leonora, ¿Quién se encarga de llevar las deudas de las Presas? –ella me pasa de largo y salta para abrazar a su lindo "bebé"– ¿Hola? Hice una pregunta. –presiono el punte de mi nariz y contengo un gruñido.

–Yo llevo las deudas, ¿por qué? –la Jefa se limpia las manos en el delantal mientras me analiza con esa mirada de desaprobación por preguntar algo que tal parece, no es mi asunto.

—¿Por qué no me sorprende? –suspiro y asiento lentamente– Quiero que traspases la deuda de Abel Velázquez a su exesposa y su nueva pareja. –sacó un porro de marihuana– También quiero que el dinero que el señor Velázquez a dado para cubrir la deuda se le sea regresado por completo. –la Jefa trata de quitarme el porro pero lo alejó con agilidad, lo enciendo y le doy una buena calada sin quitarle el ojo de encima– Y que la exesposa page el monto total inicial de dicha deuda y que lo haga en un plazo menor al que le dieron al señor Velázquez. ¿Has entendido?

—¿Por qué quieres que haga tal cosa? El señor Velázquez pidió el préstamo y él debe pagar. –le lanzó una mirada amenazante y juro que por un instante la Jefa lució asustada, pero solo fue un instante.

—Has lo que te ordenó. Ese hombre no tiene ni para la comida, muchos menos para pagar la construcción de una casa de la cual no está disfrutando nada. –me acerco y me yergo, resaltando que soy más alta que la Jefa– Esa mujer pagará cada centavo de esa casa y cada vez que se retrace o se atreva a rechistar tendrá un dedo menos.

Me doy la vuelta y la Jefa grazna como una urraca enojada, me volteo con la mirada en llamas y el cuerpo en tensión.

—¿Por qué quieres ser tan cruel? No debes tomar las deudas de forma personal, los negocios son una cosa y la vida personal son otra. –golpeo la puerta de la cocina con furia y suspiro para apaciguarme cuando todas las miradas se dirigen a mi, temerosas– No puedes traspasar ninguna cuenta a nadie más.

Todos me miran un segundo, el italiano solo frunce el entrecejo como si estuviera viendo a una niña haciendo un berrinche.

—No es crueldad y tampoco lo tomo personal. Pero qué te quede muy claro Jefa. –la observo y ella levanta el mentón para demostrar que no se siente intimidada– Yo no tolero a los abusivos. Si no tienes agallas para romperle los dedos, entonces lo haré yo misma y ya veremos quien me desafía. –la señaló con mi dedo de forma amenazante– Obedece, es la última vez que te lo digo.


..........

Mientras miro el techo de mi habitación me pongo a pensar si hice lo correcto. Quizás exageré un poco con lo de romper los dedos. Odio con toda mi alma cualquier tipo de traición, sin embargo eso no justifica en absoluto mi ataque sádico hacia una mujer que ni siquiera conozco.

—Siempre buscando que arda Troya. –me levanto de la cama y camino en círculos pensando qué hacer– Podría retractarme de esa drástica de decisión o dejar que las cosas simplemente fluyan cual río en una agradable tarde de verano. –suelto un gruñido de frustración y arrojo a un rincón el jarrón con flores frescas que descansaba sobre mi mesa de noche.

Tomo mis guantes de entrenamiento y salgo a toda prisa para practicar en la sala de estar, pero de camino me encuentro con Leonora y su "pequeño" ahijado cuyo nombre no conozco.

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