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—¿Jamás te han dicho que espiar es inapropiado? –dejó de hacer flexiones y le dirijo a Rustam una mirada de curiosidad– Especialmente si se trata de tu hermana. Eso resulta especialmente... perturbador.

—Tu vida no es tan interesante como para valer mi atención. –Rustam se cruza de brazos fingiendo desinterés, a pesar de que se estaba escondiendo detrás del armazón con pesas.

—¿Entonces por qué sigues aquí? –abre los ojos sorprendido, parece que no pensó en una excusa– Mi vida no será interesante, pero aún así te causa curiosidad.

—Te matas haciendo ejercicio como si eso fuera a ayudarte en algo. ¿Vas a deshacerte de nosotros a punta de flexiones? –una risa de diversión brota del fondo de mi garganta sorprendiéndome, incluso él se ve perplejo– ¿Qué es tan gracioso?

—Nada, solo me llegó a la mente una triste revelación. –tomó mis cosas para retirarme del gimnasio familiar, cuyo lugar parece jamás haber sido utilizado.

Justo hoy se me ocurrió entrenar en un lugar solitario y oscuro, no me apetecía hacer ejercicio en un sitio donde la luz del sol penetra hasta mis más oscuros pecados. Pero aquí estoy, este es el único lugar apto para hacer ejercicio que está completamente cerrado y cuya luz proviene de un par de bombillas.

—¿Y de qué se trata esa revelación? –paso la toalla por mi frente para secar las gotas de sudor antes de que me irriten los ojos.

—Creí que todo lo relacionado conmigo no despertaba tu curiosidad. –pasó por su lado y él me sigue de cerca con intención de tomarme del brazo para detenerme, en eso Selim hace acto de presencia y se interpone entre ambos.

—Mantenga su distancia, señor Vólkov.  –Selim se ve como un lobo imponente mirando desde arriba a una alimaña– No permitiré que le ponga un dedo encima.

—Quiero saber de qué revelación hablas. –ladea la cabeza para intentar verme a través del cuerpo de Selim, pero este se lo pone difícil– Muévete inútil, es una orden. –mi guardia lo ignora como si no le hubiesen hablado.

—La revelación implica algo que jamás lograrás entender. –tomó un poco de agua mientras doy un respiro– Los ejercicios sirven para algo más que para ganar fuerza y resistencia, mi querido Rustam. –ladeo la cabeza para verle la cara a través de los fuertes brazos de mi guardia– Como hijos de Ares nuestra pasión es la guerra, cualquier emoción negativa que se presente de forma fuerte y persistente nos quema desde dentro como una candente hoguera, entonces el ejercicio sirve como una terapia liberadora de energía. –sonrió con inocencia ponzoñosa– La llama abrazadora solo la poseen los herederos del poder, en mortales no se presenta más que como una furia temporal. –estrujo la toalla de mano como si fuera el cuello de una persona– Los hijos de Ares tendemos a buscar la destrucción masiva, nos encanta provocar el caos. Aunque por obvias razones eso es algo que no serás capaz de entender. –aprieta los labios furioso y su humor llena mis sentidos– Envidio tu mortalidad, hermano, así que disfrútala. Tener poder no es más que una condena, una cadena perpetua que se otorga sin cometer ningún delito. –el mal humor desaparece de mi hermano y queda como un mar en calma, no sé qué siente ahora– Vamos Selim, busquemos algo de comer.

Mi guardia me sigue de cerca como una sombra, aunque después de un rato camina a mi ritmo como si tratara de decirme algo sin decirlo.

—¿Cómo fue el entrenamiento? –analizo su figura y me doy cuenta de que no había notado su camisa mojada, tampoco su cara congestionada y su cabello goteando sudor pegado a la cara, hace una mueca sin mirarme y sin responder más que con un gruñido– Excelente, me alegra que te hayas divertido. Tranquilo, hoy es la primera clase y ya sabes lo que dicen, la primera vez siempre es la prueba. –me observa conmocionado– Se pondrá peor, te lo aseguro así que agarra bien tus pelotas, las necesitarás.

—¿Envidias la mortalidad de tu hermano? ¿Por qué? –trago saliva adquiriendo una actitud defensiva– Cualquiera pensaría que con el poder que posees estarías perfectamente conforme, y a pesar de eso dices que envidias la mortalidad.

—Espero que la Jefa no esté en la cocina para poder robar algo de comer, después de los ejercicios siempre queda un hueco en el estómago. –tomó agua de mi botella y sonrió hacia la nada– ¿Sabes? El día está hermoso, pero siempre elegiré los días tormentosos y fríos por encima de todo. El caos es mi lugar feliz.

—¿Por qué ignoras mi pregunta? –se planta frente a mi y yo sonrío como advertencia para luego rodearlo– Habla conmigo. Sé que no empezamos bien, pero te aseguro que soy de fiar. Lo que hablemos se mantendrá solo entre nosotros, jamás te traicionaré porque te he jurado lealtad. –levanto las cejas sorprendida– Lo cual fue muy difícil.

—No necesito juramentos, Mignon. –bufo enfadada– Hay cosas que no necesitas saber. –lo rodeo agitando las manos en el aire para atrapar las palabras correctas– A veces el conocimiento es un arma mortal de doble filo que si no se tiene cuidado en lugar de herir terminarás herido por tu propia mano.


..........


—Luces asquerosa. –Elizabeth me rodea para acorralarme, sé cómo me miro después de entrenar, pero no me es suficiente como para intimidarme– Das vergüenza como Vólkov.

—¿De verdad? Que curioso. –pongo cara pensativa con el puño cerrado bajo el mentón– No recuerdo haber pedido tu insignificante opinión, Orendain. –espeto mirándola fijamente a los ojos– ¿A quién le importará lo que tengas que decir? ¿Qué te hace pensar que eres lo suficientemente importante como para que tu comentario tenga peso? –la miro fijo a los ojos después de analizarla de pies a cabeza en un vistazo rápido– A fin de cuentas, tú no eres ni serás jamás una verdadera Vólkov, solo te conocerán por estar casada con uno y por cogerte al otro.

—Eres un dolor de ovarios. –se acerca y me apunta con su dedo flacucho a la vez que muestra su habitual mirada de desprecio– No puedo esperar el momento en que Olesya te saque de aquí en pedazos.

—Cuida esa lengua, podrías decir más de lo que deberías y con eso cavar tu propia tumba. –me cruzo de brazos– Lo digo como sugerencia, ya sabes, de amiga a amiga. –sonrió con demasiado entusiasmo y ella hace una mueca– Cierra la maldita boca de una jodida vez y vete a tu cuarto, como la buena perra amaestrada que eres.

La sala de la Casona está perfectamente iluminada por los potentes rayos de luz de la mañana, mi cabeza comienza a doler por tanta exposición y la situación no mejora al tener a esta mujer enfrentándose a mi como si tuviera alguna oportunidad de doblegarme.

El plan era que Selim fuera rápido a la cocina a robar algo para picar antes de la comida, aunque quizás a estas alturas ya no sea tan fácil, tal vez la Jefa lo atrapó.

A través de los segundos, pasan por mi mente diversas e infinitas formas de deshacerme de Elizabeth, la forma en que mi cerebro trabaja comienza a ser peligrosa.

Mis ideas deterioran el estado de mi humanidad y Selim debe fungir como esa fina línea entre la cordura y la locura de mi oscuridad.

Los límites comienzan a difuminarse, mi mente divaga en cómo puedo...

—Tú y yo no somos amigas, no seas ridícula. –me barre con la mirada y se va meneando las caderas con su son irritante.

—Lástima, tendrás que sufrir el mismo trato que el resto. –se detiene y me mira de reojo, su cuerpo comienza a temblar y sus emociones se disparan– Aún puedes cambiar de opinión, nunca es demasiado tarde.

Lo peor de los Vólkov no es ni de cerca la traición entre pares, no. Lo más horrible y podrido de los Vólkov,  aquello que se propaga a otros con la fuerza de la pólvora, es el orgullo. Ese orgullo que ciega y que rasga el interior del alma y la tiñe de negro.

—Las personas en quienes confías te destruirán antes de que yo pueda siquiera acercarme a ti. –la observo alejarse, haciéndose más pequeña a cada paso hasta desaparecer de mi vista, balbuceo con aire distraído– La traición viene de quien menos lo esperas.

—¿Estás bien? –veo a mi costado a Selim y relajo los hombros, su neutralidad me sigue tomando desprevenida.

—¿Te atraparon? –me giro hacia él y veo que tiene una servilleta de tela abultada entre los dedos– Veo que cargas un buen botín.

—La Jefa casi me encuentra, pero esos chicos que sorprendiste cuchicheando me ayudaron a salir. –estira el brazo para invitarme a continuar– Vamos, no querrás que la Jefa nos atrape comiendo antes de la hora.

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