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El día de hoy se me antoja tranquilo, como si nada fuera capaz de hacerme enfurecer o siquiera molestar. Me siento ligera y feliz. Por primera vez en mucho tiempo no me siento como un arma nuclear.

Durante la noche cayó una fuerte tormenta con relampagos que permitían ver el horizonte como si fuera de día, truenos que hacían retumbar la tierra en una melodía semejante a los cuernos de guerra y vientos que sacudían las ventanas con violencia, que hacian vibrar la casa en un intento desesperado por arrancarla de sus cimientos.

Definitivamente es un buen día, las tormentas son lo más aproximado a la guerra que tendré en mucho tiempo. La conexión más cercana con los olímpicos, con mis raíces, mi Dios alfa, mi ser.

—¡Buen día, John! –hago una inclinación y él viejo guardia me dirige una mirada de diversión oculta detrás de un semblante serio y cansado.

—Buen día, señorita Vólkova. –me siento en el taburete de la barra de la cocina sintiéndome por dos segundos como una niña inocente y mimada– ¿A qué se debe tan buen humor?

—Oh John, el día es hermoso. –sonrió de oreja a oreja– Pero lo más hermoso fue la noche, esos truenos y esos rayos me hacían estremecer de extasis. –tomo una manzana y la analizo– Nada como una noche de caos para dejarme existir en paz, al menos por un día.

—Olvide que su esencia proviene del caos, señorita Vólkova. –sonríe y me observa– Desafortunadamente no puedo estar de acuerdo con su felicidad. –toma un poco de su humeante café y lo saborea– La cosecha de agave se ha retrasado porque la tierra fértil ahora es fango.

—Bueno, no tengo nada que responder a eso. No sé nada de agaves o de cosechas. –tomo una taza para servirme un poco de café y me dan un manotazo en el dorso.

—Debes comportarte como una Vólkov. –observo a la Jefa de cocina y ella sonríe de forma amenazadora– Los Vólkov dejan que les sirvan, alguien más debe hacer el trabajo por ti. No puedes ensuciarte las manos, eres una líder.

Frunzo la boca en una mueca de disgusto, proceso el comentario y me río de forma vacía, casi sin poder evitarlo. La Jefa junto a John se encogen sin entender que está pasando.

—Vamos, señora Ana Lidia Fernández. –me levanto y le arrebató la taza de las manos callosas, rodeo la barra y me sirvo un poco de café sin quitarle el ojo de encima mientras me observa estupefacta– El concepto de líder se ha visto severamente trastornado en las últimas décadas. Puedo asegurarte que un líder debe ensuciarse las manos y poner el ejemplo en vez de dejar que los suyos hagan el trabajo en su lugar. –me yergo y le doy un sorbo– La clave es el ejemplo, no sólo dar órdenes a diestra y siniestra. –dejo la taza en la barra y estiro los brazos hasta dejar mis palmas abiertas sobre ella– Después de todo, no hay nadie más que pueda hacer el trabajo mejor que uno mismo.

—Vaya, tu... –se miran entre sí con un aire de complicidad– Tu expresión me recordó a tu padre. Fue... dioses. –la Jefa se limpia las manos en el mandil negro que cae sobre sus robustas caderas y comienza a ocuparse en sus tareas para evitar tocar el tema.

—Un poco de tu padre vive dentro de ti, me alegra que siga vivo y que alguien pueda continuar con lo que él dejo a medias. –John suspira y deja la taza en la barra, luego toma su sombrero de baquero para ir a trabajar.

—Quiero dar una vuelta por el Rancho. –él me mira como si estuviera tomándole el pelo– Ha pasado mucho tiempo desde mi último recorrido. Todo es diferente ahora.

—Como gustes, pero con este lodazal es mejor no salir en absoluto. –mira mi atuendo– ¿Recuerdas como montar? –sonrío de lado y desvío la vista hacia mi café– Eso pensé. Tendrás que hablar con el capataz primero, nadie toca los caballos sin su permiso... y cámbiate esa ropa, el Rancho no es una pasarela, Ilynka.

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