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—¡No! –grita Leonora mientras agita sus brazos de forma dramática– ¡Quiero que te concentres Ilynka! –se acerca a mi y me indica que repita los movimientos.

—¡Joder, sí me estoy concentrando! –gruño mientras repito lentamente los movimientos.

Desde que amaneció he estado practicando el mismo hechizo una y otra vez, ya lo he memorizado tanto que no dejo de repetirlo en mi cabeza con una monotonía irritante.

—Si te estuvieras concentrado lo suficiente ya habrías logrado que floreciera esa margarita. –pone las manos en jarras mientras yo dejo el capullo de la flor en la piedra que sirve de mesa improvisada debajo de un frondoso árbol– Vamos Ilynka, es solo una margarita. ¿Por qué lo haces tan difícil?

Gruño irritada mientras las gotas de sudor se acumulan en la punta de mi nariz, para luego caer perezosamente hasta la tierra árida por el clima.

En la Escuela de Élite me enseñaron que el caos se controla con emociones y recuerdos negativos, cuanto más dolorosos fueran más poderosos serían sus efectos, pero eso solo funciona para hechizos enfocados en la guerra, enfocados para... destruir.

¿Y si estoy enfocando mal la energía? ¿No será que la calidad de la emoción usada es la que afecta la manifestación del hechizo?

Leonora no me dijo en qué enfocarme, entonces si mi teoría es cierta significa que todas estas horas realmente fueron un desperdicio.

Repito una vez más los movimientos, con una visión de enfoque nueva, a la vez que me concentro en un recuerdo feliz.

Rebusco en mi mente uno lo suficientemente poderoso como para abrir el pequeño y delicado capullo. Aunque realmente no tengo mucho de donde elegir.

Después de sudar un poco más y de casi gritar de impotencia, el capullo comienza a abrirse lenta y erraticamente, como si le costara demasiado esfuerzo.

—Bien hecho, fue... lento pero seguro, y funcionó. –pone su mano orgullosa sobre mi hombro y me da un ligero apretón– No entiendo cómo te costó tanto. ¿No fue tan difícil o sí?

—Tal parece que estaba enfocándome en algo que no era. –me dedica una mirada de confusión y yo sonrío– ¿Olvidaste que crecí en la Escuela de Élite? ¿Aquel lugar sombrío donde nos entrenan como soldados desalmados? ¿Dónde es más que obvio que no nos enseñan a abrir capullos de margaritas?

Después de fruncir profundamente el entrecejo y de analizar mentalmente la información recién recibida, me parece que Leonora ha captado mi punto.

—¡Mierda, olvidé eso! –comienza a dar vueltas como león enjaulado, graznando improperios a diestra y siniestra– ¿Cómo olvidé algo tan importante? –sacude la cabeza con furia, su decepción sobre sí misma me cubre la nariz y tengo que sacudir la mano para alejarme de su energía, como si espantara mosquitos, para no consumirla– Di por hecho que habías estado todo el tiempo aquí. Mierda. Mierda. Mierda.

—El lado positivo es que me di cuenta a tiempo antes de que me martirizarás con más horas de entrenamiento con el mismo hechizo. –me acuesto en la hierva trespeleque y observo las ramas del árbol, disfrutando la brisa húmeda y los intensos rayos de sol que se filtran a través de las ramas– Si duermo esta noche te aseguro que ese hechizo tendrá un papel protagonico.

—Perdóname, mi mente esta hecha un lío. –suspira y levanta la cabeza al cielo con los ojos cerrados– Tengo muchas cosas en las que pensar.

—¿Quieres hablar de eso? –me siento y la observo, intento ver a través de ella, pero es una bobeda sellada. Nada sale y nada entra– Si me necesitas puedo ayudarte. ¿De qué se trata?

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