32.- Explosión de dolor y sentimientos.

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Abrió la puerta y ahí estaba Lisa, sentada en el suelo. Las palabras de Larry contando como había sido el día que su madre se había dado cuenta que su padre no volvería se reprodujeron en su cabeza, narrando la misma situación que estaba frente a sus ojos. Sólo que en esta ocasión estaba en el suelo, y le faltaba el marco roto en las manos.

—Sal— llamó en cuanto sus ojos humedecidos y cansados lo notaron. Su voz sonaba tan hueca que le dio miedo—. Larry está en su cuarto. No tengo fuerza para pararme. Sé bueno y ve a revisarlo por mi, ¿Si?

Hizo un gesto afirmativo. Casi sintió ganas de abrazarla, pero por mucho que le doliera admitirlo, su prioridad era Larry y no podía perder ni un segundo.

Volvió a correr, está vez en dirección a la habitación, ignorando unas pocas manchas de sangre del suelo y la pared.
No se detuvo en el cuarto, porque sabía que su amigo no estaba ahí, sólo aprovecho para, en lo que corría, arrancarse la prótesis y aventarla a la cama, sentía el aliento tan atascado que si la mantenía puesta un rato más temía desmayarse por falta de oxígeno. No podía darse el lujo de hacerlo en ese momento.

Casi tropezándose en las escaleras heladas, logro subirlas y admirar el paisaje que se desarrollaba afuera.

Larry estaba gruñendo y gimiendo mientras golpeaba el enorme árbol con una fuerza que parecía querer arrancar la madera. La sangre de sus puños se salpicaba contra la nieve, creando pequeñas flores que abrían sus pétalos ante el mínimo contacto contra la nieve.

No sé detuvo, rápidamente acortó la distancia y se abalanzó hacía Larry. Envolviéndolo en un abrazo, rogando que eso fuera suficiente como para hacerlo parar la violenta danza.

Y técnicamente funcionó, Larry paro de golpear la madera, pero en su lugar volteó con una rapidez inesperada y uno de los puños se clavo en el rostro de Sally, más exactamente en su nariz.

Quizá no era la primera vez que era testigo de su fuerza, pero era la primera vez que era testigo de casi toda su fuerza.

Sus brazos perdieron agarre y sus pies trastabillaron hacía atrás mientras su dedo índice y corazón tocaban quedamente su nariz, sintiendo una explosión de dolor tronar en la zona, perdiendo el equilibrio y cayendo sentado en la nieve, a una distancia considerable.

—Ugh...— se quejó. Sus ojos se habían puesto llorosos y sentía que su cara estaba manchada con la sangre que ya tenían los puños de su amigo, pero también sintió que su propia sangre comenzaba a salir. Si era honesto pensó que sería peor, no era tanta sangre como creyó. No supo si se debía a qué lo que quedaba de su nariz no era tanto, o a qué los puños de Larry ya estaban bastante heridos como para hacer un daño real. Quizá las dos cosas.

Un gemido llamó su atención.

Jamás había visto que Larry hubiera un rango de expresión tan grande. Sus ojos estaban abiertos a más no poder, lloraba y no sabía si estaba sorprendido, triste, asustado o todas las anteriores con un par más de emociones extra.

—Yo no... Dios mío. Sally, no sabía que... ¡Mierda!— dudó un momento entre acercarse o alejarse, pero al final sus piernas temblaron tanto que terminó por dejarse caer de rodillas, llevándose las manos a la cara y apretándola con fuerza—. ¡No puede ser posible! ¡Mierda!

Sally sacudió la cabeza. Se sentía atontado, pero al final pudo levantarse cuando Larry comenzó a golpear la nieve con sus puños, dejando más manchas rojas cada vez que los nudillos se estrellaban.

Sabía que tenía que detenerlo de seguir dañando sus herramientas de arte, pero las palabras no iban a servir de nada, ni siquiera estaba seguro de que podría decir, por lo que recurrió al plan B: Hacerle caso a eso que le había dicho Larry hace unos días.

Sólo un mal sueño | Sally Face | LarrisherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora