Ciudad Cerezo.

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Las hojas de los árboles se balanceaban de un lado a otro gracias a la suave corriente de viento veraniego, sin temor alguno de ser arrancadas de las ramas. Los rayos del sol matutino se colaban entre ellas, formando en los adoquines un hermoso patrón de sombras cambiantes. Los Pidgey llevaban horas despiertos, las bandadas revoloteaban perfectamente acompasadas sobre el extenso manto celeste, libre de cualquier rastro de nubes. La calma característica de Cerezo volvía a apoderarse de sus amplias calles, las clases al fin habían terminado, los más pequeños corrían a toda velocidad junto a sus Pokémon, preparándose para una inminente batalla entre amigos. Mientras tanto, los adultos los observaban alegremente atendiendo a sus quehaceres o dando las últimas pinceladas a los preparativos antes de partir de vacaciones, rememorando con nostalgia el ayer.

La paz reinaba en cualquier rincón de la ciudad, meciéndose en la agradable brisa que tentaba a cualquier persona a tumbarse al césped y disfrutar de la calidez de la mañana, salvo, por supuesto, en los edificios donde los estudiantes residían. El fin del periodo lectivo de las universidades iba de la mano con el caos y estrés del regreso a casa, acompañada de una buena dosis de ilusión y alivio. No muchos sabían bajo qué techo vivirían al año siguiente, pero en esos momentos a pocos le importaba, seguramente acabarían en otro vertedero sin calefacción durante el invierno y con grietas lo suficientemente grandes como para que un Spinarak creara un nido en ellas.

El sonido de cajas pesadas y muebles siendo arrastrados retumbaba en el interior del hogar. No podía permitirse el lujo de detenerse, debía tenerlo todo limpio y empaquetado antes de mediodía, cuando finalmente sería libre de los Power Point con información desactualizada y dietas poco saludables. El casero, un cincuentón sudoroso, amargado y con aires de grandeza al que tan solo le interesaba cobrar el alquiler mensual, fue bien claro con su advertencia: <<si no os veo en la calle a las dos de la tarde, os echo a patadas>>. La amenaza quedó grabada a fuego en la mente de Hona, plenamente consciente de que sería capaz de llevarla a cabo. Al menos ya recibió la fianza de vuelta después de, ¿siete? ¿tal vez ocho? advertencias de obligar a la policía a intervenir.

La muchacha se encontraba en la que fue su habitación, barriendo con premura los recovecos olvidados durante meses. Los movimientos bruscos provocaban que numerosos rizos cobrizos se desprendieran de la coleta que ardía en deseos de quitarse de una vez por todas, metiéndosele en los ojos y la boca. Se detenía cada pocos segundos, los apresaba detrás de las ojeras y continuaba con la labor, entrando en un bucle que no parecía tener fin. Los pantalones bombachos de líneas oscuras, amarillos y grises se movían de un lado a otro en cada paso, mientras las chanclas blancas de casa rechinaban contra el suelo de mármol cubierto de grietas y manchas de origen desconocido. Gotas de sudor le recorrían el rostro pálido y pecoso, incluso vistiendo un top negro de alienígenas verdes cabezones, su favorito, pasaba demasiado calor por culpa de la "limpieza extrema" como le gustaba decir a Ángela, una de sus compañeras.

La sala era un absoluto desastre, dos maletas cubiertas de pegatinas estaban encima de la cama, que, junto al armario, ocupaban gran parte del espacio reducido, abiertas de par en par y llenas de montones de ropa de todo tipo. Una de ellas contenía una bandera del orgullo trans delicadamente doblada en comparación al resto de manojos de tela. Bolsas de plástico barato se amontonaban en el pasillo, a punto de romperse por culpa del material de la universidad, desde libros o libretas, cúter hasta un esqueleto anatómicamente correcto de un Zigzagoon. Las cajas de cartón, contenedoras de diversas figuras de series de animación, discos de música y pósteres, además de los suvenires de los viajes de su hermano, esperaban a ser recogidas al lado del escritorio de madera astillada. Una bola de pelo cuadrúpeda y de color café disfrutaba de los rayos del sol desde la ventana, contemplando, divertido, el calvario por el que pasaba su entrenadora.

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora