El aterrizaje, desde luego, no fue el más delicado. De hecho, presenció aterrizajes de polluelos el doble de preciosos. Asier recorrió varios metros rodando a lo largo de un mar de piedras desgarrándole la ropa y la piel. El sabor metálico de la sangre le apareció casi al instante en la boca.
Tardó unos segundos en recopilar las energías suficientes con las que incorporarse en los antebrazos, siseando de dolor cuando los cortes recién adquiridos rozaron la superficie irregular. La cabeza seguía dándole vueltas, jamás sintió un malestar así de intenso, ni siquiera durante su primera borrachera. Si se extendía demasiado, vomitaría hasta el último de los órganos luchando en sobrevivir a los estragos del viaje y la ansiedad.
Analizó los alrededores, buscando algún elemento capaz de revelarle la ubicación. Sin embargo, todo se complicaba cuando el mundo al completo giraba a velocidades vertiginosas. Reconoció la figura de las montañas cubiertas de un manto níveo, la suavidad de la nieve quemándole las yemas de los dedos, el murmullo lastimero de un río cercano, el único sonido propio de la naturaleza audible en ese momento. El resto de Pokémon salvajes debió salir huyendo, espantados ante la repentina aparición del legendario.
Llenando los pulmones de oxígeno, se dejó abrazar por los delicados aromas del bosque, olores imposibles de recrear en las ciudades abarrotadas de vida. El frío le congeló la garganta, no le importó demasiado, solo ansiaba sentirse libre durante unos minutos. Suspiró, consciente de que no debía permanecer en una posición tan vulnerable a un ataque imprevisto. Consiguió sentarse de piernas cruzadas, arrebujándose en la chaqueta en busca de calor, la idea de tirarla le dolía, se trataba de un regalo de su padre, pero los agujeros sobrepasaron el límite de lo reparable.
Un gruñido grave lo obligó a alzar la cabeza en la dirección donde Dialga se derrumbó, despojado de su imagen imponente, de sus poderes, de su libertad. Las cadenas parecieron apretarse después de emerger del portal, deformándole las escamas de la fuerza aplicada y lanzándolo directo a un mar de infinita agonía. El chirrido de los eslabones al retorcerse entre los movimientos desesperados del dragón por escapar le dañaba los oídos.
Su equipo al completo salió de las Pokéball, encerrándolo en un círculo de protección improvisado. Luxray se colocó frente a él, chispas de advertencia le saltaban del pelaje amarillento. Hydragon olfateó el ambiente, emitiendo unos quejidos lastimeros mientras Bronzong se dejaba caer en un golpe seco.
Asier sorbió por la nariz, consciente de la opción más sencilla; levantarse y marcharse sin mirar atrás. Él ya cumplió el objetivo de sacarlo de los laboratorios, tampoco es que una criatura inmortal pudiera temerle a la muerte. También estaba completamente convencido de que Las Manos de Ark no activarían la Cadena Roja después de la destrucción sembrada a manos de los dioses.
Apoyándose en el lomo de Luxray, se sacudió el polvo adherido a la ropa, descubriendo de paso la ubicación de las nuevas heridas. La mirada de Dialga lo quemaba, sus ojos ardían en un vacío negro e infinito, analizando hasta el mínimo movimiento del muchacho acercándose a paso torpe. El tamaño colosal de la deidad lo intimidaba tanto que se replanteó la posibilidad de dar media vuelta, continuar río abajo y encontrar un pueblo.
Sería tan fácil... No obstante, el corazón no se lo permitiría, la culpa lo acompañaría incluso en la tumba.
—Ya voy, ya voy —dijo aceptando el agarre extra de Luxray. Ofreciéndole una cálida sonrisa y una caricia entre las orejas a modo de agradecimiento, avanzaron seguidos de Hydragon—. ¿Sabes? La verdad es que me sorprende que me hubieras reconocido en el laboratorio, teniendo en cuenta que solo me viste una vez cuando era un mocoso.
El dragón lo recibió en un bufido molesto, sacudiendo los eslabones atorados encima del hocico cegándolo parcialmente.
—Vale, es posible que esto no vaya a hacerte especial ilusión —Asier se cruzó de brazos, negándose a admitir que el repentino golpe de la cola contra el suelo no lo asustó. El tipo eléctrico siseó mientras el siniestro lo apuntaba con los colmillos—. Oye, ya sé que la Cadena Roja te está quemando las escamas y por algún motivo te ves mucho peor que antes de cruzar el portal —estudió los cortes frescos, la sangre azulada deslizándose descontrolada a lo largo de las uniones de las escamas hasta formar charcos en el suelo—. Si de verdad quieres que te ayude, vas a tener que dejarme subir e intentar no moverte demasiado.
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Lo no contado. [Pokémon]
FanfictionEl mundo siempre se ha visto azotado por calamidades de gran calibre que dejan un rastro de muerte allá donde pasan, desde grupos tratando de hacerse con legendarios para someter a la población, hasta éstos mismos dioses arrasando ciudades en sus co...