El inicio del fin (II).

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Cuatro días más tarde de la caída de Galar, durante la madrugada del jueves, una súbita descarga de energía logró despertar a Hona. Se incorporó sobre los brazos, tomando grandes bocanadas de oxígeno, alterada ante la idea de un ataque sorpresa por parte de Las Manos de Ark. Sin embargo, los nervios desaparecieron poco a poco mientras comenzaba a reconocer la familiaridad en esa presión acumulándose en la nuca provocándole incontables escalofríos y una sensación de mareo que tantas noches deseó volver a sentir, plenamente consciente de lo que aquello significaba.

El eco de las alas de Ceb se elevó sobre el constante zumbido de la electricidad moviéndose entre los enchufes. Se dejó caer en el colchón de su hermana, Hona a duras penas reconoció la enorme sonrisa iluminándole el rostro debido a la oscuridad envolviéndolas. Ella también lo sintió, la presencia de su padre anclándose a sus mentes. A pesar de la emoción acelerándoles el corazón, decidieron mantenerse en silencio a la espera de escuchar la voz tranquila del legendario brindándoles palabras de alivio. ¿Y si se trataba de una trampa y él también fue infectado? Se le anudó el estómago de tan solo pensar en esa posibilidad.

Los segundos pasaron lentos, agónicos. Las antenas de Celebi se tensaban y destensaban constantemente, captando cualquier vibración en el aire, incapaz de romper el contacto visual. La joven, por el contrario, colocó a Vörðr en el hueco de las piernas cruzadas, acariciando el suave pelaje del lomo en busca de confort. El Pokémon de pelaje oscuro seguía dormido, ajeno a la situación desarrollándose a su alrededor.

Lo primero que se escuchó a través de la telepatía fue un gruñido metálico y profundo. Inconscientemente, ambas se inclinaron hacia el frente, ignorando los sonidos propios del búnker durante la noche. Solo necesitaban escuchar una cosa, no la estática de la radio o los pasos de los guardias vigilando los pasillos.

—Niñas... —llamó el dragón en tono quebradizo.

La garganta se le cerró, impidiéndole respirar durante unos breves instantes. La voz se le quedó enredada, tenía la lengua pastosa, inutilizable, la boca seca. Ceb tampoco reaccionó. Aquello no se parecía en nada a lo que tanto había querido. En esa voz no quedaba ni un ápice de la criatura fuerte y regia que la crio como si fuera sangre de su sangre, solo un Pokémon agotado, arrebatado de cualquier fuente de energía o esperanza. El dolor teñía esa simple palabra, y su intensidad parecía capaz de cruzar los límites de la realidad para manifestarse en el cuerpo de las hermanas.

—¿¡Qué te ha pasado!? ¿¡Dónde estás!? —exclamó Celebi escapando de la sorpresa inicial, dando paso al pánico. No temía porque Asier o el Umbreon despertaran, tampoco lo harían.

—¿¡Estás bien!? —Hona sacudió la cabeza, desbordada de una mezcla de emociones. Apretó la manta entre las manos.

—¡Decías que ibas a contactar con nosotras! —le reprochó el hada igual de furiosa como de preocupada.

La risa de su padre sonó tan lejana, apagada, una sombra de lo que alguna vez fue. Hona apretó los dientes tratando de contener un llanto silencioso.

—Lamento haberos preocupado, no era mi intención.

—No evites las preguntas, papá —farfulló Hona alimentando la diversión de Dialga.

—No me vais a permitir un momento de paz, ¿cierto? —bromeó entre débiles carcajadas, pero unos quejidos de dolor no tardaron en reemplazarlas.

—¿¡Las heridas son muy graves!? —se adelantó Ceb estirando las alas—. ¡Dinos dónde diablos estás e iremos a ayudarte!

—¡No! —el rugido tronó en los oídos de las hermanas. Hona se llevó las manos a la cabeza, tratando de aliviar el dolor aplastándole el cerebro. Otro gemido lastimero lo obligó a detenerse—. No. No. Lo siento muchísimo. Yo no quería... Hona, cielo, lo siento muchísimo. Por favor, no era mi intención-

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora