Libertad (II).

29 15 8
                                    

Cuando el coche se detuvo a la entrada de la IUAM, la tormenta había empeorado, desatando toda su furia contra las pobres almas obligadas a abandonar la calidez de los hogares y acudir a sus puestos de trabajo. Las carreteras esa mañana estaban atestadas de otros automóviles, en varias ocasiones se vieron atrapados en largos atascos congestionando las vías directas al recinto, incrementando así la incomodidad en la cabina.

Dani salió del interior a gran velocidad, agradeciendo al chófer en un movimiento de cabeza fugaz. El conductor trató de acompañarlo ofreciéndose a cargar el paraguas en su lugar, una excusa barata para acompañarlo lo máximo posible a ojos de Asier. Lo despachó en cuestión de segundos en nuevos agradecimientos carentes de sentimientos reales, una fachada muy bien construida gracias al paso de los años en una posición de elevada importancia.

Abatido, al hombre no le quedó otra opción que acatar la orden de esperar al regreso del dúo una vez finalizaran los quehaceres. Quehaceres aún envueltos en un aura de misterio. Guardando las manos en los bolsillos, el muchacho emergió a las calles donde los transeúntes corrían de un lado a otro, algunos protegidos con chubasqueros, otros menos cubriéndose mediante maletines, la inmensa mayoría ya ni se esforzaba. Asier fue uno de ellos, ignorando la mirada cargada de envidia del chófer, permitió a las gotas de agua resbalarle a lo largo del rostro, desenmarañando poco a poco el nudo oprimiéndole el pecho mientras avanzaba en dirección al edificio cuyas luces lo dotaban de la apariencia de un faro en la oscuridad.

Ninguno de los dos dijo nada durante el camino, ni siquiera con la calurosa bienvenida de dos trabajadores portando un par de toallas en las manos. Asier aceptó la suya gustosamente, secándose el cabello y dejándolo todavía más enredado que antes. Dani se pasó los dedos entre los mechones de oro fundido, arreglándose el peinado. Colocándose las gafas sobre la nariz en un gesto disimulado, se aclaró la garganta, prácticamente forzando a las palabras que le quedaron atascadas en la garganta a volver a manifestarse.

—Acompáñame, Asier.

El pelirrojo parpadeó, observando la figura perdiéndose en el pasillo excesivamente iluminado. Después de devolver el trapo humedecido, se despidió en una sonrisa sincera y corrió en la dirección por la que el otro chico se marchó.

Un silencio asfixiante se impuso entre ellos otra vez, aunque, a decir verdad, tampoco tenía la intención de abrir la boca. Quería que Daniel terminara cuanto antes, regresar al piso, hacer las maletas y coger el avión de vuelta a Johto. Su vuelo salía en aproximadamente cuatro horas, tenía tiempo suficiente, incluso podría ir a una cafetería a relajarse tomando un Pumpkaboo Spice Late.

Su guía abrió la puerta de una oficina privada sin tomarse la molestia de llamar. En el interior, una mujer trajeada acompañada de un Alakazam se encontraba sentada detrás de un escritorio robusto de madera oscura. El mito de la creación estaba tallado en él, otorgándole un aspecto valioso. Asier ojeó disimuladamente el resto de la habitación repleta de libros antiguos, fragmentos de murales y mapas del mundo entero. El anillo dorado descansaba en la mesa grabado con el símbolo de Arceus resplandecía bajo la luz intensa de un foco.

—¿En qué puedo ayudarle? —preguntó, a juzgar por el tono de voz, acostumbrada a esa repentina invasión de privacidad. Dani cruzó los brazos encima del pecho.

—Necesito que nos teletransportes a las Ruinas Sinjoh.

—¿Ahora? —el cansancio la abrumaba. Solo eran las nueve de la mañana. Daniel frunció el ceño, atravesándola con una mirada fría. Asier quedó boquiabierto, no obstante, se recuperó pronto.

—Ahora.

La mujer suspiró, dirigiendo la atención al Pokémon psíquico. El Alakazam asintió, dando rienda suelta a las habilidades naturales. Alzando las cucharas hacia el techo, los ojos de la criatura se iluminaron de un azul intenso que se clavó directamente en Asier.

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora