El inicio del fin (I).

20 15 1
                                    

La luz cegadora del portal se esfumó en cuestión de segundos, arrojando sin piedad a los hermanos contra un suelo duro e irregular. Hona se incorporó lentamente, tratando de enfocar la mirada en los puntos luminosos flotando a ambos lados de la oscuridad. Todavía estaba mareada, conocía demasiado bien esa sensación de alterándole los sentidos durante unos breves segundos. Pero en esa ocasión era distinta, un malestar insistente picándole detrás de los ojos, pinchándole el cerebro, aplastándole las entrañas y obligando a las extremidades a actuar al contrario de las órdenes recibidas.

Una repentina acidez le quemó la garganta, obligándola a levantarse en los brazos temblorosos y agachar la cabeza. Reconocía muy bien esa sensación, a las lágrimas inconscientes escapándole de los ojos, el estómago encogiéndose para desparramar el contenido sobre el suelo de piedra fría.

Afortunadamente logró recomponerse, no supo si a causa de las bajas temperaturas de dónde fuera que se encontrara, las garras de Vörðr acariciándole la espalda o el inesperado par de manos sosteniéndola de los hombros. El eco de unos pasos acelerados mezclándose en un coro de voces diversas la hizo mirar al frente a pesar de solo ver manchas borrosas. Se topó de frente a un rostro de fracciones familiares brindándole un confort sin igual.

—¿Mamá? —dijo en un hilo de voz capaz de reflejar la debilidad asolándola.

—¡Arceus que estás en el cielo! ¡Estáis a salvo! ¡Mis niños están a salvo!

El abrazo de Abril le arrebató el aire de los pulmones, aunque no se apartó, necesitaba sentir esa calidez, esa sensación de seguridad de su madre envolviéndola por primera vez en semanas. Asier también había acabado atrapado en esa muestra de afecto, aplastándola entre ambos cuerpos.

Nunca la había visto llorar, ni siquiera en los momentos más oscuros que terminan llegando inevitablemente a la vida de uno de millones de formas distintas. Siempre la consideró una mujer estoica e impenetrable, no importaba cuán profundos fueran los baches a sortear o los obstáculos a saltar, conseguía mantenerse cuerda, un apoyo firme para la familia. Notaba el alivio derramándose en esas lágrimas cristalinas, limpiando cualquier rastro de preocupación albergado en su corazón de oro.

—Estamos bien, mamá —susurraba su hermano igual de roto y asustado.

Las palabras se negaban a salirle de la boca, presas del terror provocado por la aparición de Arceus, ahogadas de preocupación por el estado de su padre. El murmullo de las alas de Ceb adquirió un toque inquietante mientras intentaba canalizar la energía suficiente con la que abrir un portal de regreso al Jardín del Edén. Todos y cada uno de los intentos acabaron en saco roto, algo se encargó personalmente de bloquearle el acceso a ese lugar.

No lo comprendía. Debía sentirse bien, eufórica de al fin estar de vuelta, ¿por qué una parte del alma la atormentaba? ¿Por qué sentía que se había fragmentado en dos? Se mordió el interior de las mejillas, preguntándose cómo la situación se desmoronó así de rápido. Preguntándose si su padre y sus tíos habrían conseguido escapar o, de lo contrario, continuarían luchando.

Se escondió en el pecho de su madre, plenamente consciente de la respuesta.

El resto del grupo no tardó demasiado en aparecer en el pasillo cobrando más claridad a lo largo de los segundos. Caras muy conocidas se encontraban ahí, vecinos de Primavera, veraneantes ya considerados del pueblo que se mudaban después de recibir unas merecidas vacaciones, también turistas de acentos marcados o directamente chapurreando en el idioma.

Los trasladaron de inmediato a la enfermería, claramente confusos ante la presencia de Celebi. Las preguntas en voz baja no tardaron en aparecer, ninguno conseguía darle una explicación lógica a semejante evento. Su hermana lo escuchó a la perfección, aun así, prefirió seguirlos en silencio, desistiendo de abrir un umbral de regreso.

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora