El mundo siempre se ha visto azotado por calamidades de gran calibre que dejan un rastro de muerte allá donde pasan, desde grupos tratando de hacerse con legendarios para someter a la población, hasta éstos mismos dioses arrasando ciudades en sus co...
¡Perdón por haber tardado tanto en actualizar, prometo estar más activa durante tres semanas en un principio! La verdad es que estos capítulos me han costado un poco más sacarlos adelante jaja pero al fin he conseguido terminarlos, vale la pena por hacer referencia al típico verano en España.
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La desorientación la abofeteó sin piedad. Durante unos instantes sintió cómo su propia alma se le salía del cuerpo a través de la espalda, solo para ser succionada de vuelta por una horrible resaca. La muchacha se sentó sobre el sofá de polipiel negra en el que al parecer pasó la noche, el sonido de la piel separándose de dicho material le estalló en los oídos, machacándole aún más la cabeza y creándole un nuevo dolor a lo largo del cuerpo, sobre todo en las zonas ahora enrojecidas que se quedaron pegadas al sillón.
Privada de la energía suficiente, escondió el rostro entre las manos, permitiendo a los mechones enredados deslizarse en los hombros. Decidió centrarse en lo positivo; el malestar no la tentaba a vomitar hasta las tripas. El aire cargado le descendió a lo largo de la garganta, inflándole los pulmones en un intento de calmar la jaqueca. Obtuvo el efecto contrario
Tomó una gran bocanada de aire en un intento en vano por calmar la jaqueca, sin embargo, eso pareció empeorarlo. Necesitaba una pastilla y rápido. Y café, el café jamás podía faltar.
Analizar la estancia le tomó más de lo esperado a causa de los sentidos alterados, aunque necesitaba reconocer el terreno si deseaba sobrevivir a la travesía a la cocina y no caer de bruces en un tropiezo. Cuatro botellas descansaban encima de la mesa, una de ellas contenía restos de un líquido rosado. Decidió cubrirse la boca por si acaso. El cenicero no estaba demasiado lejos, a rebosar de ceniza y cigarros consumidos hasta la mitad. Cartas de barajas distintas se encontraban esturreadas al lado de los frascos de alcohol. Alguien se olvidó de apagar las luces LED colgadas de las esquinas de las paredes, inútiles frente a los rayos del sol de la mañana. Por suerte, nadie durmió en el suelo, tampoco parecía haber cristales acechando en los rincones esperando pacientemente a clavarse en los pies del primer borracho con la osadía de cruzar por el pasillo.
La muchacha se incorporó poco a poco, lanzándola a un torbellino incontrolable donde todo le daba vueltas. Otra vez. El frescor de las baldosas trepándole desde las plantas de los pies hasta los tobillos la pilló desprevenida, despejándole la niebla entumeciéndole el cerebro. Avanzó de puntillas, sorprendiéndose de sí misma de poder mantener el equilibrio. Ignoró a la persona hecha una bola en el sillón de una plaza, abrazada a un cojín de encaje blanco propio de una casa de abuela.
La cocina se encontraba tal y como esperaba; hecha un desastre. Botellas de plástico, la gran mayoría vacías, cubrían la encimera manchada de restos de tomate frito. El estómago le rugió hambriento al ver el plato de macarrones con queso de la mesa, el tenedor de metal atravesaba varias piezas de pasta. Por cortesía a quien despertó antes y sin querer volvió a caer rendido, y porque lo menos recomendable en su situación era comer pesado, decidió mantenerse en el plan del café.