El equipo al completo había estado de los nervios desde que llegaron a las Ruinas Alfa hacía una semana. La emoción del momento, las risas, el orgullo colectivo, las charlas acompañadas de una bebida fría, todo se redujo a cenizas tras la llegada de los sucesos sacados de una película de terror. Al principio se trataron de simples escalofríos acompañados de la sensación de ser observados desde cualquier lugar, aunque la paranoia se asentó pronto en las frágiles mentes de los trabajadores, obligándolos a vigilar por encima del hombro, esperar unos segundos antes de girar una esquina o replantearse si realmente querían permanecer solos durante un más de medio minuto.
La situación no tardó en rozar lo genuinamente enfermizo. Los miembros se desvelaban en mitad de la noche empapados en sudor, gritando hasta desgarrarse la garganta e incapaces de apaciguar los jadeos desesperados por encontrar oxígeno. Nadie alcanzaba a recordar qué ocurría durante esos sueños, pero todos coincidían en la sensación abrumadora de peligro acechándolos desde las sombras impulsándolos a correr hasta desfallecer. Una atmósfera gélida se imponía en el ambiente cada vez que entre bromas nerviosas teorizaban sobre lo que llegaría a ocurrir si no lograban despertar a tiempo.
Las voces llegaron poco después. Endemoniadas, engatusadoras, susurrando acerca de hechos históricos nunca documentados y conocimiento jamás destinado a los humanos. Muchos acabaron adictos a ellas, sedientos de esa información ancestral a pesar de que probablemente serían categorizados como locos si decidían transcribirlas. Tal vez se trataba de un efecto secundario de la falta de reposo o la locura apoderándose de la cordura de los integrantes, mas nada parecía ser capaz de frenarlas.
Los escasos rayos del sol lograron atravesar la tela verdosa de su carpa asignada, creando sombras deformadas al impactar contra las pertenencias de quienes seguían durmiendo, esturreadas a lo largo del suelo. Hona despertó lentamente, aturdida por la inquietante calma pululando en el interior de la gran tienda de campaña. Ni siquiera alcanzaba a escuchar los cantos de los pájaros ocultos en el frondoso bosque rodeando el área o los aullidos matutinos de los Pokémon salvajes. Dejó caer la mano en uno de los bordes del camastro elevado y palpando la tierra suelta con la punta de los dedos rastreó su teléfono. La pantalla se encendió en un brillo cegador, mostrando en números blancos el reloj marcando las ocho en punto. Resopló al percatarse de que todavía faltaban veinte minutos para que la alarma sonara.
Observó el resto de camillas ocupadas, a las figuras arropadas en mantas multicolores respirando dificultosamente, presas de los constantes ataques de los monstruos persiguiéndolas en sueños. Los Pokémon tampoco lograban evitar esos terrores nocturnos, se retorcían inconscientemente, pataleando a consecuencia de la huida a la que se enfrentaban noche tras noche.
Hona apretó los dientes, ignorando el persuasivo murmullo del cansancio acumulado tentándola a permanecer un buen rato ahí tumbada, zambullida en el océano de sus propios pensamientos al intentar darle una respuesta lógica a ese delirio. Pero corría el riesgo a caer de nuevo en la trampa del sueño y no quería enfrentarse otra vez a lo que fuera que los atormentaba en el reino onírico. Además, necesitaba una ducha, ya no solo para organizar ideas y calmar el corazón dispuesto a salirle por la garganta de los nervios, también ansiaba quitarse de encima el sudor frío recorriéndole el cuerpo, transformándola en una masa de carne pegajosa, maloliente.
Entre gruñidos quejumbrosos, la joven consiguió sentarse. Los músculos le dolían, los huesos le pesaban casi tanto como los párpados. Varios mechones rizados le cayeron en el rostro marcado por las arrugas de la almohada. Permaneció inmóvil durante unos breves instantes, mirándolo todo y a la vez nada. La niebla cubriéndole la mente terminó de despejarse después de sentir un peso reposándose en el regazo.
—Buenos días, Meganium —bostezó la muchacha en voz baja antes de darle unas caricias al tipo planta, quien le devolvió una sonrisa agotada—. Tú tampoco has conseguido dormir hoy, ¿eh? Deberíamos haber traído un Pokémon con Comesueños —rio desganada—. Aunque, a decir verdad, nadie se habría imaginado que acabaríamos hasta el cuello de mierda. —Typhlosion salió de debajo de la cama cargando la prótesis de titanio en la boca. Hona nunca descubrió qué ocurrió con su pierna derecha, solo sabía que había portado objetos similares desde que tenía memoria junto a una cicatriz recorriéndole desde la rodilla hasta la cadera—. Muchas gracias, amigo —le rascó detrás de las orejas, el sitio favorito del gigante roedor de fuego—. Venga, vamos a darnos una ducha bien merecida.
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Lo no contado. [Pokémon]
FanfictionEl mundo siempre se ha visto azotado por calamidades de gran calibre que dejan un rastro de muerte allá donde pasan, desde grupos tratando de hacerse con legendarios para someter a la población, hasta éstos mismos dioses arrasando ciudades en sus co...