Si la vida te da un cubata... (II)

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Shotout a mis amigos por prestarme a sus personajes como cameo.

El piso donde Hona pasó los dos años de bachillerato y el primero de la universidad era totalmente distinto al de Asier, pero demasiado similar al de Ciudad Cerezo

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El piso donde Hona pasó los dos años de bachillerato y el primero de la universidad era totalmente distinto al de Asier, pero demasiado similar al de Ciudad Cerezo. Ese también se caía a pedazos, enormes grietas recorrían la fachada pintada de un amarillo nauseabundo. Las persianas de los diferentes hogares se encontraban cerradas a cal y canto, cubiertas de una capa de tierra y barro acumulada durante décadas.

Pocos se atrevían a vivir ahí, incluso el portero, el Señor R, un hombre de barba blanca y ojos rojizos, se marchó pocas semanas después del fallecimiento de la abuela certificada del bloque, una señora mayor súper amable que horneaba unas galletas de chocolate irresistibles. Esos dos estaban muy unidos, probablemente la tristeza fue lo que lo impulsó a dejar el puesto.

Tras eso Hona, sintió cómo una fracción de la felicidad del edificio se desvanecía en el aire. No tuvieron la necesidad de llamar por el porterillo, Ali abrió la puerta de un simple empujón.

—¿Crees que algún día la arreglarán? —dijo la joven limpiándose la suciedad adherida al hombro. Furfrou ladró a su lado.

—No, el Señor R era quien se encargaba de que este agujero no se viniera abajo —la entradilla era agobiante, ya no solo a causa del calor acumulado ahí dentro cuál sauna, sino por las enormes telarañas de Spinarak tejidas en las esquinas. Los buzones oxidados se encontraban en su mayoría desbordados de publicidad cubierta de una capa de polvo—. Mira, el suelo ya está lleno de grietas.

—¿Vamos por el ascensor?

—No. ¿Es que quieres morir?

La risa de Ali rebotó a lo largo de las paredes verdosas, en ese lugar decrépito conseguía arrancarle toda la belleza a ese sonido que Hona consideraba como el canto de un ángel.

—Sí, tienes razón.

El eco de los pasos se arrastró a lo largo de las escaleras infinitas, las grietas las acompañaban en todo momento junto a los chicles ennegrecidos que alguien pegó mucho antes de la estancia de las jóvenes. Luces amarillentas y parpadeantes se encendían conforme avanzaban, apagándose casi al instante.

Cuando al fin alcanzaron la quinta planta, Hona se encontró completamente privada de oxígeno. Eevee se burlaba sentado cuatro escalones arriba, manteniéndose lejos del alcance de la muchacha.

—Menos mal que has dejado el tabaco —comentó Alissa picando a una de las puertas de madera astillada.

Hona no tuvo las fuerzas suficientes para responder, moverse se convirtió en una auténtica tortura. Los músculos de las piernas se quejaban en forma de agujetas momentáneas, las rodillas crujían de una forma tan grotesca que Ali puso una mueca de asco, procedentes de lesiones en los entrenamientos de beisbol.

El chirrido de las bisagras necesitadas de aceite le impidió contestar, pues necesitó cubrirse los oídos de la molestia. Apenas duraba unos segundos, lo suficiente como para hacerla apretar los dientes.

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora