El sauce de las hojas doradas (II).

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El velo de la noche al fin se desplegó en el Jardín del Edén en su máximo esplendor, pero en vez de dar paso a las lunas acompañadas de su séquito de estrellas y planetas únicamente visibles cuando el sol primigenio desaparecía del mapa, una tormenta tropical se desató en esa extraña dimensión. Hona nunca sintió el paso del tiempo tan lento, ni siquiera durante las largas horas recibiendo lecciones en la universidad.

Durante el día esperó ansiosa la llegada de la oscuridad, al menos así podría dormir e ignorar el desastre en el que ahora se encontraba a pesar del rugido de los truenos y los rayos rojizos iluminando todo a su paso. No obstante, el sueño no conseguía alcanzarla, recordándole inútilmente los años de adicción a las bebidas energéticas y tabaco sustituidas en la actualidad por café donde el subidón de energía la mantenía con los ojos bien abiertos, atenta a cualquier cosa, en ese caso a las olas del lago rompiendo furiosas contra la barrera. Se preguntó si Palkia se encontraría en la parte más profunda descansando, supuso que sí, de lo contrario habría emergido para reunirse junto a sus hermanos de la misma forma que Giratina.

El dragón de escamas negras encontró un lugar cómodo en lo alto de una de las raíces, desde su posición en el nido, la chica veía un bulto deformado, imposible de diferenciar alguna característica física debido a la ausencia de luz. Umbreon se hizo un ovillo en el costado de su entrenadora, siendo usado de almohada por Ceb.

—Deberías estar durmiendo —la voz de Dialga la sobresaltó. Se escuchaba cansado, una innegable preocupación teñía hasta la última de las palabras.

—Lo mismo digo de ti.

—Paso gran parte del día descansando, es normal que me desvele durante las noches.

—No es eso, acabas de tener una pesadilla —el legendario pareció contener el aliento.

—No, puedo asegurarte que no ha sido eso.

—He pasado el suficiente tiempo rodeada de Pokémon para saber cuándo uno ha tenido una pesadilla. Estabas gruñendo todo el rato y las franjas de las escamas se iluminaban de vez en cuando. A lo mejor estabas teniendo una visión del futuro inconscientemente, cuando todavía estaba contigo solía pasarte.

—Eso ya no tiene importancia —respondió apresurado—. Hona, te lo suplico, escúchame. Mi intención nunca fue hacerte daño, solo quise darte la mejor vida posible. Tanto tú como tu hermana seguís siendo mis-

—Tuve pesadillas durante años, ¿sabes? —no vaciló al interrumpirlo, ignorando el vacío adueñándose del estómago y la furia quemándole el pecho. Permaneció bocarriba, contemplando la tormenta entre las escasas aperturas de la copa del sauce—. Mi psicóloga siempre decía que tratara de imaginar historias antes de dormir, que así espantaría a los monstruos y podría descansar tranquila. Pero siempre que lo hacía, acababa recordando aquella noche.

<<Recordaba una y otra vez cuando te vi aparecer en el pasillo de la torre a toda velocidad, cargando contra el Bronzong que estaba a punto de matarme. Recuerdo la felicidad y el alivio que me inundó al pensar, joder, mi padre ha venido a salvarme de una muerte segura y seguro que podrá ayudar a Eevee, porque mi amigo acabó fuera de combate al intentar protegerme. También recuerdo esa felicidad sustituyéndose por auténtico terror cuando partiste en dos a ese Pokémon de un solo bocado, a ese y a los que me acorralaron e intentaron huir.

<<Hasta ese momento solo te había visto comer y era asqueroso, aunque lo hicieras rápido para no asustarme e incluso me pedías que me diera la vuelta, sin embargo, ese día pude ver entre toda la furia un leve destello de placer. Disfrutabas arrasando con las vidas de quienes solo cumplían la orden de proteger la Torre del Tiempo de cualquier intruso.>>

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora