Celebi (II)

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El mero hecho de poner un pie en el territorio del Encinar parecía teletransportarte a una dimensión completamente distinta, una en la que el tiempo fluía de manera lenta y perezosa, en la que el espacio se extendía hasta los confines del mundo en forma de abundante vida vegetal. Los escasos rayos del sol que lograban abrirse paso a través de la densa capa de hojas verdes formaban hermosos patrones en el suelo recubierto por hierbas y flores, creando una oscuridad tétrica al igual de reconfortante.

Enormes troncos gruesos se alzaban orgullosos sobre sus cabezas, cuyas raíces sobresalían de la tierra como trampas destinadas a arrojar de bruces a los despistados. El endeble canto de un Pokémon salvaje se escuchó en la lejanía, fundiéndose en la orquesta de la naturaleza arrastrado sobre las agradables brisas veraniegas, el crujido de las ramas al aplastarse bajo el peso de los zapatos los obligaba a mantenerse alerta. El oxígeno se les quedaba atascado en la garganta. La atmósfera arcana, envenenada de una innegable tensión más común en ruinas de civilizaciones extinguidas se negaba a desvanecerse, permanecería ahí durante siglos, envolviendo a los viajeros y sus habitantes en un abrazo cálido.

Los lugareños siempre decían que, si uno escuchaba atentamente, la naturaleza le susurraría la historia de la región, desde misterios desconocidos por la humanidad, historias de campesinos, hasta héroes armados con afiladas espadas acompañados de fieles Pokémon, a lo mejor incluso conocían la verdad acerca de la supuesta parálisis del planeta. Una leyenda preciosa sin lugar a dudas, no obstante, la situación le impedía bajar la guardia y cuestionar la veracidad de ella.

Eevee caminaba junto a su entrenadora, el pelaje de su lomo completamente erizado, monitorizando los alrededores gracias a las orejas desproporcionadas, gruñendo ante cada detalle fuera de lo normal. Los humanos, por el contrario, decidieron mantenerse en el absoluto silencio, deseosos de no atraer atención indeseada. Aunque sospechó que, por mucho que se esforzaran en ello, no conseguirían separar los labios, la lengua se sentiría demasiado pesada y la voz se le desvanecería entre las cuerdas vocales. Hona temía porque los fuertes latidos de su corazón desbocado acabasen delatando su posición.

Esa aparente calma no duró demasiado, cinco minutos después, los primeros vestigios del caos se manifestaron frente a ellos, como una profecía destinada al más horrible de los finales.

Al principio consistieron en detalles superficiales, arbustos quemados, flores marchitas rodeadas de diminutos charcos de ácido humeante o raíces víctimas de un movimiento de tipo eléctrico. Luego, evolucionó a agujeros excavados en el suelo que se abrían como una entrada al averno, troncos partidos en dos en un tajo limpio, rocas afiladas atravesando desde madera hasta piedra en una facilidad escalofriante. Los restos de Pokémon desfigurados, triturados hasta convertirse en montones de carne y vísceras irreconocibles salpicaban el área, creando un cementerio cuyo hedor a órganos y sangre le irritó los ojos.

Hona se obligó a detenerse en numerosas ocasiones, tomar una profunda bocanada de aire, calmar levemente el malestar amenazándola en hacerla vomitar y echar a correr en línea recta para alejarse de los cadáveres. Jamás presenció una masacre de tal calibre, ni durante las prácticas universitarias se topó con una situación mínimamente remota, ni siquiera un combate entre Pokémon territoriales sería capaz de crear tales destrozos en un cuerpo.

¿De verdad quedaban supervivientes en el bosque? Le resultaba imposible mantenerse positiva al respecto.

—¿Cu-cuánto queda para el altar? —se atrevió a preguntar Ali cubriéndose la nariz.

—Poco —Antón se aferró a la Pokéball cubierta de arañazos. La mano le temblaba incontrolable—. Estad atentas, a lo mejor tenemos que combatir...

El camino transcurrió sin accidentes. Hona apretó los puños bajo las tímidas e inesperadas corrientes de viento acariciándole las mejillas. Las pupilas dilatadas no conseguían quedarse fijas en un solo objeto durante demasiado tiempo, escudriñando hasta el último matojo bordeando el sendero.

Lo no contado. [Pokémon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora