XXVIII

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El rostro de Katheryne demostraba su incomodidad. Las mujeres que la acompañabam le insistían en sonreír, que era un día especial y que sentía envidia pura por casarse con uno de lo hombres más deseados en el mundo de los negocios. No sabía que decir, tenía su boca sellada y sus ojos solo seguían esas mujeres moverse de un lado a otro acomodando ese molesto y abultado vestido de novia que portaba.

Suspiró cuando se sintió finalmente sola. Se dió la vuelta para mirarse en el espejo enterizo y medio sonrió tratando de engañarse a sí misma algo que no ocurrió.

No podía imaginar cómo se sentiría Diluc en ese instante. Pensó en que si hubiesen seguido el plan su padre sería una situación similar o peor.

Su comunicación terminó en el momento que entró en el vestido. Su teléfono celular quedó en algún lugar o probablemente alguna de las mujeres se lo llevó.

Diluc estaba en la misma situación completamente frustrado. Su rostro no lo demostraba, pero lo estaba. En todo ese tiempo no pudo evitar pensar en Kaeya e imaginar su rostro al ver todo lo que ocurría incluso llegó a sentirse mal. Jamás creyó llegar a tal punto de preocuparle otra persona a parte de su padre y él mismo, pero ahora todo era diferente. Kaeya estaba tan presente en su mente. De verdad se enamoró perdidamente de él y le dolía que su padre no aceptara lo que él quería.

¿Qué le quedaba? ¿Cumplir con esto? Quizás. Si se comprometía con la pelinegra si padre estaría satisfecho, pero sabía que el matrimonio no funcionaría. Jamás lo haría.

Hacer entrar en razón a su padre ya era demasiado tarde de todas maneras.

Una mujer entró a la habitación con una sonrisa en su rostro diciéndole que ya era hora. Sin decir nada, se levantó de su lugar y ella acomodó un poco el traje que portaba el pelirrojo además de comodar un poco su cabello rebelde. Caminó el largo pasillo y vio a un montón de gente que no conocía en absoluto y a su padre esperándolo en la puerta antes de entrar hacía la ceremonía.

-Vamos, ya es hora. -murmuró su padre y Diluc lo ignoró, pero de igual forma siguió el camino hasta llegar al altar. Millones de fotografías fueron sacadas por varios infiltrados de la prensa mientras las personas murmuraban lo bien que se veía.

Cerró sus ojos intentando creer por última vez que era una pesadilla.

Su padre se sentó en una de las primeras sillas de la Catedral esperando a la novia. Diluc lo miro de reojo y negó levemente cuando el contrario lo miró bastante serio.

Katheryne se colocó frente a las grandes puertas cerradas esperando llegar al altar de la mano de su madre quien parecía estar del lado del señor Ragnvindr. Hizo una pequeña mueca al escuchar la canción tan antiguada y las puertas se abrieron de para en par para darle paso. El gran velo hacía un recorrido detrás de ella hasta para llegar al altar.

Ella estaba cabizbaja. Su madre la regañó por lo bajo mientras sonreía ocasionalmente hacía las cámaras.

A su parecer, el camino fue una eternidad. Al momento que se miraron pudieron darse cuenta de que necesitaban salir de ahí. Katheryne estaba muy afectada, parecía que pronto se soltaría a llorar de la tristeza y rabia que estaba sintiendo.

Diluc pasó su mano por su rostro para calmarla. Funcionó solo un poco, ella lo miró casi suplicando que perdonara el momento en el que aceptó la idea del matrimonio ese día. Lo quería, quería a Diluc, pero más quería que fuese feliz y no pasar por algo así.

La ceremonia dió inicio. Serían los minutos más eternos de su vida.

Mientras tanto, Kaeya Childe y Donna seguían sin lograr llegar al lugar. Los caminos eran un caos total.

Childe sugirió salir del vehículo, podrían correr pues estaban a menos de diez minutos y si seguían dentro, podría extenderse a más de una hora. No llegarían a tiempo. La castaña asintió diciendo que era una buena idea, a fin de cuentas ella llegaría después si es que el lío podría resolverse después.

Por otro lado, Kaeya dudó mucho aquello. El chico de cabellos anaranjados lo sacó a la fuerza del auto y lo obligó a correr detrás de él sujetándolo de la mano.

Kaeya insistía en detenerse, el contrario no lo haría por ningún motivo y después de un tiempo de gritos el peliazul logró zafarse del agarre y se detuvo tratando deretomar el aliento. Childe lo miró confundido y regresó con él notandolo en un estado mucho peor de cuando fue a verle.

-No vamos a lograrlo, Childe.

-¡Claro que no lo haremos si no mueves la piernas! -gritó tomándolo de la mano y Kaeya se soltó una vez más.

-No tiene caso -murmuró. Llevo una de sus manos a su rostro intentando con todas sus fuerzas no romperse en su lugar. -. Esto es inútil...

-No me vengas con tonterías ahora, Kaeya. -regañó algo molesto. -¿Tu crees que esto está bien? ¿No te das cuenta que Diluc y Katheryne están pasando por el momento más difícil de su vida? Nadie va a detener nada si no somos nosotros.

-Childe...

-Renuncié a Diluc porque él te ama, Kaeya. -aquello hizo que el peliazul levantara la vista. -¿No ves que hizo un montón de locuras por ti? Te ama, maldita sea. Que envidia te tengo... -aquello lo dijo soltando una risita. -Desmuestra que también lo amas y comete la locura más grande de tu vida deteniendo la boda. Ahora cállate y corre.

Dicho esto, ambos retomaron el ritmo y entre más cerca veían la catedral el ánimo de Kaeya subía. Childe tenía razón, ahora se sentía tan tonto por lo que había pasado por su mente.

Lo amaba, de verdad lo hacía. No solo le ayudó a salir del trabajo del que siempre quiso escapar, también le dio nuevo sentido a su vida. No dejaría que se fuera.

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