♠DIECISEIS♠

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Ángel

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Ángel

Quisiera decir que la primera vez que vi a Kendra, fue en la fiesta de playa en la casa de Bruno. Pero estaría mintiendo una vez más.

Kendra se había convertido en la piedra de mi zapato.

La conocí en mi segundo año en el IPN de la ciudad de México. Había una conferencia de emprendedores y a mi facultad le dieron la oportunidad de ser embajadores de las universidades visitantes y fue ahí cuando la vi por primera vez.

Entrando por la aduana del aeropuerto, con su bronceado impecable y su cabellera negra ondeando como si tuviera vida propia.

Siempre fue hermosa.

Yo no era popular, nunca lo fui. Lo único que me preocupaba de verdad, era obtener las mejores notas que pudiera presumirle a mi padre. Siempre tuve en mente, ser el hijo de quien se sintiera orgulloso y pudiera presumir con sus poderosos amigos, además, ser popular traía como consecuencia, que la gente indagara un poco de más en mi vida, y lo último que necesitaba, era que se enteraran de que yo era el hijo bastardo del Juez Capilla.

Mi padre fue por mucho tiempo, la persona a quien más admiré; un hombre justo, respetado y aparentemente intachable, hasta que un día, se convirtió en todo aquello que yo no quería ser.

Se bien que hoy en día, ser un hijo ilegitimo tal vez no importe mucho para algunos, pero para mí sí.

Me importaba el modo en como cambió la mirada de mi madre pues, ya no podía verme a los ojos, agachaba la mirada con vergüenza y lo peor de todo, es que yo sentía que era culpa mía, así que tampoco podía mirar a mi hermana, Judit, porque sentía como si la ensuciara al no poder decirle la verdad.

Pero a mi padre, no le importó.

El siguió comportándose como si fuera dueño de la vida, como si todo lo que ocurría en su familia, fuera la cosa más común. Solo un daño colateral inoportuno, pero pasajero.

Al ver que ninguno de los dos parecía querer solucionar las cosas, una noche hablé con mi hermana y le expliqué lo que ocurría. Se lo dije todo.

Que éramos la segunda familia de nuestro padre, que teníamos dos hermanos mayores y que, además, papá y mamá no estaban casados.

Me sonrió y me abrazó, acurrucándose entre mis piernas como siempre lo hacía. Me dijo que ya lo sabía, que las paredes hablan y los teléfonos mucho más. Me explicó que no estaba tan mal y que al final, no era nuestro asunto, sino de ellos.

Y tenía razón.

Lo que ocurría, era resultado de las decisiones que mis padres tomaron en su momento pues, ni mi hermana ni yo estuvimos ahí para opinar y al final, solo podíamos ver por nuestros futuros, aprovechar el estatus que nuestro padre tenía y tratar de salvar un poco de nuestro amor propio.

TE DESEO A TI (CENSURADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora