♠TREINTA Y SIETE♠

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Kendra

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Kendra

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Cuando amar se vuelve doloroso,
es mejor huir.

Intenté enfocar mi vista alejando la bruma gris que aun notaba en la periferia de mis ojos, pero por mucho que sacudiera la cabeza y apretara los párpados, el dolor no se iba.

Ya me había dado cuenta de que estaba atada y no podía levantar la mano para fregarme la cara, así que tampoco hice mucho intento de moverme porque parecía que cada que lo hacía, los malditos nudos se apretaban más a mis muñecas y llegaría el momento en que comenzaran a cortar mi circulación y por nada del mundo quería perder una mano.

Cerré los ojos intentados centrarme y también para distraer la atención de mí. Pensaba que si me veían despierta intentarían volver a golpearme y todavía podía sentir la sensación caliente ahí donde la maldita vara había impactado. Por suerte, solo había sido en las piernas y el abdomen y ya solo quedaba un ligero ardor.

Pero por mucho, lo que más me dolía era la traición.

Sentí que las lágrimas amenazaban con volver a salir y me maldije por ser débil, por ser estúpida, por ser... bueno, yo.

Después de todo lo que había pasado con Ángel esperaba que por fin tuviéramos un poco de paz. Él con sus fantasmas y yo con los míos completamente expuestos uno al otro, sin mentiras y sin ocultar nada, solo disfrutando de la paz que da el poder decir la verdad.

Pero como siempre, las cosas se habían torcido de un modo extraño.

Samanta me había llamado por la mañana y quería que nos viéramos.

Me dio gusto que llamara y quisiera reunirse y le dije que podíamos tomar un café, pero ella dijo que prefería ir a mi casa, pues yo ya les había dicho que estaba viviendo en el departamento de Ángel, así que no le di muchas vueltas y quedamos en que llegaría ahí a las cuatro de la tarde.

Ángel se había ido a la universidad para la revisión de sus textos de tesis, así que me dispuse continuar con los míos ya que estaba bastante atrasada y, además, no quería darle pretextos a Eduardo para que me rebotara nada.

No me di cuenta de que el tiempo se fue rápido y solo saqué la nariz de los libros cuando el timbre sonó y vi que eran las cuatro con quince, así que supuse que era Samantha y lo era, pero su cara fue lo último que vi. Cuando me di la vuelta y le dije que pasara, sentí un par de manos alrededor de mi rostro y no supe nada más.

Me despertó el dolor punzante de los varazos en las piernas y solo pude gritar para llamar a Ángel. Ni siquiera reconocí mi voz. El dolor reptaba por mis piernas estirándose como macabras caricias eléctricas que iban dejando a su paso un ardor bajo mi piel que disparaba punzadas dolorosas en mi estomago tan rápido y tan fuertes que me dieron ganas de vomitar.

TE DESEO A TI (CENSURADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora