♠TREINTA Y OCHO♠

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Cuando abrí los ojos nuevamente me topé con una luz brillante sobre mi cabeza, pero esta vez me sentía entre nubes o bueno, entre sabanas limpias y suaves.

—Despertó. — Un susurro.

Me tomó medio segundo reconocer la voz plagosa de Melina y otro medio segundo para que Ángel se asomara sobre mi rostro. Sus ojos verdes me trajeron toda la paz que no sabía que necesitaba, pero que agradecía muchísimo.

Volví a cerrar los ojos y me quedé dormida otra vez.

Cuando desperté, Ángel estaba dormido a mi lado y me sujetaba la mano derecha. Esperé un par de minutos antes de moverme, mientras reconocía la periferia. Paredes blancas, cortinas beige, sabanas suaves y el tic, tic de una maquina sobre mi cabeza.

Me miré la mano izquierda y vi el punzocat sujeto a mi antebrazo y sentí deseos de rascarse.

—Ángel. — Mi voz rasposa.

Ángel levantó el rostro y sonrió al verme completamente despierta. Sus ojos estaban rojos y sus ojeras oscuras hacían que se vieran vidriosos. —Seguramente no ha dormido bien. — Pensé.

—¿Cómo te sientes? — Preguntó mientras estiraba la mano y pulsaba el botón para llamar a una enfermera.

—Adolorida. — Intenté sonreír, pero me dolieron los músculos de la cara. — Debo verme horrible. — Dije mientras me llevaba la mano con la intravenosa al cabello, intentando torpemente alisarlo.

—Tu siempre te ves hermosa. — Dijo mientras se ponía de pie, al tiempo que un médico de unos cincuenta años entraba.

—¿Cómo se siente, señorita Larios? — Preguntó el doctor, extendiendo la mano a la enfermera para que le entregara el historial.

—Mejor. — Respondí y noté que la garganta me dolía un poco al hablar.

—Por suerte, ninguna de sus lesiones pone en riesgo su vida, puede parecerle que ha dormido por semanas, pero solo es el efecto de los analgésicos. Sus piernas volverán a estar bien y luego de un par de cirugías estéticas volverá a usar minifalda, así que puede estar tranquila. — Sentí como si mi estómago se hiciera un nudo pesado que me arrastraba.

—¿Mis piernas? — Pregunté. El miedo asomándose en mis ojos.

—No se preocupe, todo tiene solución.

Miré a Ángel, asustada. Casi podía sentir el hormigueo en cada una de mis piernas y entonces fui consciente del creciente ardor que se extendía por mis extremidades. Quité la sabana, desesperada por ver si aun tenía piernas, pensé en el teniente Dan, de Forrest Gump y el pánico hizo añicos la paz que había experimentado al despertar.

La enfermera y Ángel intentaron disuadirme, pero empujé la mano de la chica y solté una carcajada al ver mis piernas ahí, envueltas en vendas y gasas como una momia egipcia, pero completas. Extendí la mano para tocarlas y cerciorarme de que eran reales y moví los dedos para asegurarme de que aun eran funcionales.

TE DESEO A TI (CENSURADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora