♠VEINTIOCHO♠

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Aún recuerdo aquella tarde de fines de verano, esas en las que hace calor, pero definitivamente el viento frío te avisaba que el otoño venía dando la vuelta mientras arrastraba consigo los miles de hojas muertas acumuladas en esa cripta que visitaba casi a diario.

Tan muertas como mi corazón.

Tan muertas como la niña durmiendo bajo la tierra.

Me había quedado en el aparcamiento por unos minutos. El aire fresco me daba de lleno en el rostro mientras cogía el valor de bajar un pie y luego el otro. De dar un paso y luego otro hasta llegar a su nueva morada, para hablarle sin que me escuche, para preguntarle sin que me responda, para llorarle sin que me consuele.

Metí en la bolsa de mi abrigo el pequeño libro de bolsillo que contenía los poemas más ridículos que hubiera encontrado y que le había estado leyendo las últimas semanas desde que la dejamos ahí, sola.

Di la vuelta en uno de los callejoncitos y me sorprendí al ver una silueta delgada hincada frente a su tumba.

Llevaba unos vaqueros de mezclilla y una cazadora brillosa de color rosa chicle. Era una especie de destello de fantasía que contrastaba drásticamente con la lobreguez de las tumbas y los tonos grises del lugar.

Me quedé de pie por un par de minutos pues imaginé que podía tratarse de alguna morbosa que disfrutaba de ver epitafios ajenos y alegrarse de no ser ella la que descansaba ahí, pero la chica no se iba, seguía ahí, muy quieta, con las manos en puños sobre el regazo y sus cabellos cortitos de color caoba cubriéndole la cara.

Decidí acercarme y averiguar de quién se trataba.

—¡Hola! ¿Puedo ayudarte? —

—¡Piérdete, imbécil! — Respondió sin mirarme.

—¿Perdón? — Pregunté entre sorprendido y divertido. Ella no me miró, pero afiló su lengua.

—¡Lárgate maldito pervertido! ¿Qué no ves que estoy ocupada? —

—Ya veo que estás ocupada, pero estás ocupada en la tumba de mi hermanita. — dejé ver todo el tono mordaz que pude sin reírme.

Ella giró la cabeza y pude ver sus enormes ojos azules empañados por cristalinas lágrimas que se aferraban a no caer.

—¿Eduardo? — sus ojos se abrieron aún más por la sorpresa.

—¿Me conoces? — Los míos la imitaron, estoy seguro.

—Solo por fotografía. Yo soy... bueno, era... — Las lágrimas se desbordaron de sus ojos y por fin rodaron por sus rojas mejillas. Sus sollozos hicieron eco entre las criptas y el arrullo del viento entre las ramas sin hojas, se escuchaba como un quejido triste.

—¿Eras amiga de Vannia? —

—Éramos mas que eso. — La chica sonrió quitando la vista de mí, dirigiéndola ahora a la blanca lápida donde estaba grabado el nombre de mi hermanita en redondas letras doradas.

TE DESEO A TI (CENSURADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora