Capítulo 9

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ETHAN STONE

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ETHAN STONE


(El nombre de Ava se pronuncia Eiva. Es británico, así que agréguenle el acento.)



Después de llevar a la pelirroja a su casa la semana ha estado ajetreada, para no decir que estuvo de la mierda. Por un momento creía que hacerle el favor me había traído mala suerte, pero recordé que así es la vida.

Saqué un chicle mientras observaba al pequeño rubio que tenía enfrente, jugaba con la arena del parque. Recosté mi espalda en la banqueta para ver el cielo azul. La semana pasada había ido a casa de mi madre por cuestiones que ella insistió, decía que tenía mucho tiempo sin verme y que tenía derecho de ver a su primogénito.

La amaba, pero su amor algunas veces me resultaba asfixiante, creo que es por el echo de que me crie con un señor que jamás me dio afecto, en fin, pasé dos días en su casa, volví a mi realidad, la tienda donde trabajo estuvo muy concurrida y eso significa trabajar horas de más.

Y hoy por fin tenía el día más cómodo, lo tomé para pasar tiempo con mi hermano. Tenerlo en casa no es bueno para él, ni siquiera es cuidado por su propio padre. Me repugnaba tener que ver que el pequeño tenía que pasar la tarde con alguien más, por eso trataba de siempre ir a visitarlo, llevarle cosas, enseñarle, para que no se sintiera solo... como yo alguna vez.

—¡Logan! —le grite poniendo ambas manos alrededor de mi boca para que el sonido llegara más lejos.

Me miró con una sonrisa y corrió hacia mí. Le sacudí la arena que se le había quedado en el brazo.

—¿Tienes hambre? —arreglé el cabello que caía por su frente con mis dedos.

Me miró con ternura causando que me encogiera de hombros. Me peleaba casi todos los días con mi padre por como trababa al pequeño, ese siempre era el tema de conversación cada vez que llegaba a casa, y no podía llevarlo a vivir conmigo, sería un desastre, apenas puedo conmigo y mi gatita.

Nuestra madre lo sabe aunque no le preocupaba tanto como a mí. Logan solo viene por dos semanas y luego vuelve con mamá por el resto del mes, y sabe que el señor no le haría daño directamente, aún así me preocupa, porque yo estaba en las mismas y no es como que me haya gustada vivir mi adolescencia de esa manera.

—Sí —asintió moviendo la cabeza varías veces. — .¿Podemos pasar por pizza? —no podía negarme al apretón de labios y sus ojos azules.

Lo tomé de la mano y caminamos hasta el auto. Lo tomé en brazos sentándolo en el asiento del copiloto. Di la vuelta para hacer la misma acción. Estábamos a plena luz del día y el niño quería pizza, y yo le daría pizza.

Otro atardecer Donde viven las historias. Descúbrelo ahora